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¡Y dicen que si ganan en Sevilla no quieren celebrarlo!

Sevilla, otra vez. Para muchos barcelonistas acostumbrados al triunfo y al éxito en el que se ha instalado el Barcelona desde hace tres lustros, la debacle de Anfield el pasado 7 de mayo con la derrota de 4-0 es una de las páginas más negras en la historia de su club. Nada más lejos de la realidad para los aficionados veteranos del club blaugrana que lucen la cicatriz de Sevilla 86 como si fuera la marca del regreso del infierno. Y sí, tiene en común algo con lo que pasó en Liverpool: ambas se produjeron un 7 de mayo; 33 años después, el Barcelona regresa a Sevilla para jugar una final que inevitablemente ha despertado los recuerdos de una de las peores noches que puede vivir una institución.

La magnitud de la tragedia. Era la primera final de la Copa de Europa que el Barça disputaba después de la debacle de Berna en el 61, cuando el equipo blaugrana cayó en un partido extrañísimo ante el Benfica en la llamada final de los postes cuadrados. Esos palos de las porterías que rechazaban las pelotas y que a partir de entonces se cambiaron en todos los campos por los circulares para que el balón después de impactar en su superficie pudiera entrar en la portería en vez de ser rechazado.

Tierra, mar y aire. El estadio del Sevilla, con capacidad para 70.000 espectadores en aquella época, era el escenario de una final que el Barcelona prácticamente iba a jugar en casa. 50.000 culés se desplazaron por todos los medios posibles hasta la capital andaluza. Cientos de autocares, trenes especiales y miles de autos particulares cruzaron los casi mil kilómetros que separan ambas ciudades.

Las historias. Los que fueron guardan todo tipo de anécdotas, desde los que recuerdan como en el tren de vuelta, porque lo más duro fue el regreso, fue apedreado a su paso por Valencia (nada de trenes de alta velocidad), o los chavales que se escaparon del instituto para subirse a un autocar y no avisaron a casa hasta que pararon en una gasolinera en Castellón. Otros aplazaron el regreso y se pasaron una semana por Andalucía tratando de olvidar.

Herida. Es por eso que para muchos barcelonistas esta final a la que se desplazarán 21.400 culés, representa la oportunidad de exorcizar un drama que les dejó una herida que lleva sobre su piel 33 años abierta. Y dicen, que si ganan, no quieren celebrarlo. ¡Qué poca memoria!