Zidane dilapida parte de su crédito en dos meses
Más allá de los números, condicionados por el hecho de no pelear por ningún objetivo, Zidane ha sembrado de dudas el camino cuando nadie lo esperaba. Su aura de mago en el difícil arte de la motivación y el manejo de una caseta tan complicada como la de Valdebebas, ha quedado en entredicho en el tramo final de una temporada para el olvido. Los plenos poderes ganados a golpe de Champions han resultado tocados con la gestión de la portería y con algunas decisiones en el reparto de minutos que han chirriado al personal. Ha seguido dando bola a futbolistas en un estado de forma lamentable para arrinconar a jóvenes que han hecho una campaña decorosa. La cosa ha salido mal. La sonrisa de las primeras ruedas de Prensa ha mutado en gesto torcido y no ha sido capaz de conseguir que su mensaje llegue a jugadores que hasta hace no mucho seguían a su jefe como si fuera el flautista de Hamelin.
Zidane está ante el mayor reto de toda su carrera: acertar en la reconstrucción de una plantilla que se ha abandonado después de haber hecho historia. Su precipitada vuelta como escudo presidencial ha sido un patinazo y sólo el acierto en los fichajes (traer a su compatriota Mbappé le elevaría a la cumbre) y en las salidas puede devolverle la ilusión a una afición anestesiada. El madridismo tiene memoria y adora a Zizou, pero él es el primero que sabe que la grandeza del Madrid no se alimenta del pasado. Prescindir de Keylor y de cuatro chavales sin demasiada responsabilidad no es, a priori, la reconstrucción que está demandando una afición deprimida y una institución que sabe que el año que viene se la juega desde el primer minuto del primer partido de la pretemporada.