"Pero verle sonreír... por fin"
Cada vez que el Barça pierde, empata o juega mal, cada vez que se cae de una competición, cada vez que tropieza su juego o encalla su estilo, me acuerdo de don Luis Suárez, de Ladislao Kubala, del muchacho que fui cuando el Barça perdió en Berna…, y me acuerdo de Jordi Martí. Ayer, cuando Messi marcó su primer gol ante el Eibar le escuché decir en Carrusel, con un hilo de su vozarrón de adolescente muy crecido, desde su corazón abrillantado por su barcelonismo: "Pero verle sonreír… por fin". Porque desde aquella noche nefasta de Anfield al Barça de Jordi se le nublaron las luces y parecía que ni Messi recuperaría la sonrisa. Fue un ataque brutal al corazón de una esperanza, y reinó la impresión de que LaLiga la había ganado… el Liverpool. Al Barça se le borraron, de pronto, sus triunfos pasados en el torneo más difícil de los que disputa.
Y ese gol de Messi que hizo suspirar así a este aficionado tan dedicado (y tan delicado) y que hizo sonreír a su ídolo resultó una reivindicación de un tiempo que no merece tanta sombra como la que se ha sufrido en estos días. El fútbol es un deporte de altibajos, como la vida; y, como la vida misma, alegría que se vive en el inmenso graderío que es el mundo de los aficionados depende de un hilo. Ese hilo en el Barça lo maneja siempre Messi. Y ayer Messi le devolvió la confianza y la sonrisa a Jordi Martí. Y eso para un aficionado es tan grande como haber ganado personalmente por lo menos una Liga. Aunque el Barça tan solo empatara el partido.