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Un Espanyol a vueltas con los valores

El fútbol es un saco donde conviven muchos pese a no caber tantos. Donde caben héroes, los anónimos que trabajan en la sombra para que lo sean, los que cuentan sus hazañas, los que las celebran y los cafres. Los últimos, por supuesto, son los que sobran en ese saco que ellos mismos van agujereando. Ahora bien, por unos pocos, no podemos caer en el error de convertir el fútbol en un concurso de valores, el deporte ya lleva implícito una buena ristra de ellos que ante la ausencia de tan solo uno, la actividad deportiva deja de ser considerada como tal.

De valores, de los que el Espanyol como institución siempre anduvo orgulloso, llevamos hablando un tiempo, a vueltas con ellos. Tener que reafirmarlos, una semana sí y otra también, es la peor de las condenas para un españolismo que basa su sentimiento en ellos. Ser del Espanyol siempre fue ser de la tribu de la resistencia. De los que se rebelan a lo que parece impuesto. De los que soportan todo lo que venga. De los que aguantan la mirada de cualquiera, pese a que una comparación de títulos no la sostenga.

No es más perico quien más critica las fanfarronerías de Piqué, ni quien justifica un insulto a un cafre disfrazado de aficionado del Girona que decidió pasar una mañana de primavera insultando a deportistas. Tampoco es perico quien puso las pegatinas en Montilivi ni quien usa los símbolos del club para politizarlos. Tampoco es recomendable, por un error, caer en la trampa de meter en el mismo saco a quien dio más de 40 años de vida al club, como Calzón, que a los mentecatos que usan al Espanyol para sus majaderías. 

Ellos verán. Me cuenta mi madre que mi abuelo siempre decía que los valores y la honra se pueden tener toda la vida, pero que se pierden en un minuto. Quien los pierde, añado, no los recupera jamás. No caigamos en su trampa.