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Los abrazos de la herencia y la alegría

El fútbol es un juego extraordinario cuya esencia es la alegría… y también el dolor. Estas fotografías que ahora recorren el mundo tienen cincuenta años de diferencia. La alegría es la misma: uno de ellos ha marcado un gol, y el otro, el que lo sube a lo alto manifiesta su felicidad. Si no hubiera abrazos no habría fútbol, ni esa alegría. Desde esa foto de 1970, que es en sí misma un trofeo, han pasado doce Mundiales. Se tomó en el mexicano de 1970, cuando Jairzinho y Pelé, los dos héroes amarillos del campeonato, celebraron así la alegría colectiva que ambos personificaban.

En Brasil, que ha pasado por sombras y por éxitos en el fútbol y en la vida, la alegría es una cosa muy seria. Es el país de los carnavales, pero es sobre todo el país de la garota de Ipanema, el baile y de Pelé, es decir, del fútbol, de Caetano Veloso, de Maria Bethania.

En ese retrato que hace justicia al mayor icono del fútbol, Pelé, pero que también atrae la atención para el hombre que lo alza, Jairzinho. En ese campeonato, éste marcó siete goles (tres más que su alzado) y luego ha reclamado, con justicia, lo que el mundo le dio y le regateó su patria: la prensa mundial lo condecoró como el mejor en México mientras la brasileña le regateó su grandeza.

En la foto pone de manifiesto quién es el maestro del universo: Pelé. Aparte de marcar ese gol en concreto que celebraban, ¿qué tenía Pelé, qué dejó para el concepto del fútbol, de la alegría de jugarlo? El mismo Jairzinho lo dijo: Pelé intuía las jugadas y con la rapidez del diablo las ponía en escena. Ahí, en el icono que es esa foto maravillosa, lo está diciendo: o rei es Pelé. Con él su país toca el cielo del deporte más popular del país más alegre del mundo.

Pelé celebró con Jairzinho tras marcar el 1-0 de la final de México 70 y Messi con Dembélé tras el 2-2 de Sevilla.
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Pelé celebró con Jairzinho tras marcar el 1-0 de la final de México 70 y Messi con Dembélé tras el 2-2 de Sevilla.Miguel MorenattiDiario AS

Ha pasado medio siglo y existe la errónea impresión de que el fútbol ha cambiado mucho. Acaso las técnicas han cambiado, e incluso las palabras, pero lo que no varían son las imágenes de la alegría de ganar y de la tortura de perder. Los azulgrana que posan con su alegría en la otra fotografía son un retrato espectacular de la otra imagen. Habrá quienes especulen sobre la posible instancia del márketing en la elaboración de la celebración. Yo no me lo creo.

Para que esa foto pese sobre el suelo (como hubiera dicho el poeta Ángel González) hace falta una historia y un motivo de alegría; para que sea Dembélé, joven francés que llegó dubitativo a un Barça que lo había traído entre millones y dudas, el que tenga en sus brazos, ha tenido que ser Dembélé quien esté en la jugada que culmina el as actual del deporte de los goles, y ha tenido que ser este Messi que se creció desde niño para ser un astro que le disputa la definición de rey a Di Stéfano y a Pelé e irrita a Maradona cada vez que le hace cosquillas al cielo. El de los culés en un partido menor pero para su club tenía una gran trascendencia. Los brasileños jugaban la final de un Mundial. No hay partido menor para la alegría.

Tenían que ser Dembélé, el heredero de la alegría que esperan los aficionados azulgrana, y tenía que ser Messi, en cuya mano está ya el gesto de despedida. Messi no habla de su gloria, Dembélé es un mudo del fútbol. Pero un día dirá éste, como Jairzinho, cómo pesaba en él la existencia de Messi, igual que el que alza a Pelé diría mucho más tarde que él también se merecía la gloria.

He ahí dos cromos que se encuentran en el terreno de la alegría del fútbol medio siglo después.