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Un novel que soñó con Mestalla en el clásico del amor propio

Poco se reivindica que tanto Valencia como Espanyol son los clubes que más tiempo seguido llevan en Primera si se exceptúan los tres que nunca bajaron. Un activo a recordar cada vez que parece sobrevenirse el apocalipsis, en forma de acercamiento al descenso o de simple crisis de resultados. Especialmente, los chés, que desde el ascenso han alcanzado dos finales de la Champions y conquistado dos Ligas, una Copa UEFA, una Supercopa de Europa y otra de España y dos Copas del Rey. Les igualan los pericos en esto último y, desde hace tres años, en la propiedad asiática. No en vano, si se ajustan las comparaciones a la última década, resulta que aunque al Espanyol se le olvidó ganar en Mestalla, las insalvables distancias se han estrechado, como lo demuestra el palmarés, en beneficio obviamente de los dos ‘poderosos’.

Sin embargo, existen dos grandes diferencias respecto a 2009. Por un lado, inauguraba ese año el Espanyol su nuevo estadio mientras que el Valencia paralizaba las obras del suyo tal día como hoy. Por otro, en aquella temporada 2008-09 asomaba por los infantiles chés un espigado delantero de nombre Borja Iglesias, acompañado por Alcácer, Roger e Isco. El gallego sacrificó sus miedos (tras la Navidad dudó si volver desde su Santiago natal) para triunfar en Mestalla, en el antiguo o en el nuevo, pero no lo logró. Tanto tuvo que luchar que ya visitó el estadio, pero en una promoción de ascenso desde Segunda B, con el filial del Celta. Y la vida le devuelve hoy tanto esfuerzo y constancia, por fin, en Primera. Porque si éste debe ser un clásico del amor propio, quién mejor para escenificarlo que un novel que llegó para quedarse.