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La desconexión mental del Espanyol

En momentos de máximo estrés, cuando la cabeza lo pide o incluso cuando el cuerpo te manda alguna señal, lo mejor es parar. Parar y huir. Huir a reencontrarse con uno mismo. Ese momento de huida lo solemos llamar desconexión mental. Esos ratitos que nos auto regalamos suelen coincidir con días de asueto laboral, normalmente en fin de semana, donde los ‘urbanitas’ solemos huir a nuestro pueblo.

La desconexión mental es positiva salvo que nos pille en faena. El Espanyol a veces parece viajar al pueblo cuando debería estar compitiendo. Ese viaje, además, a veces es tan largo que es capaz de unir Vila-real y San Sebastián y, a la vez, tan corto como para unir ambas localidades en tan solo 12 minutos, los que van desde el minuto 85 del Estadio de la Cerámica hasta el 7 de Anoeta. En 12 minutos y con cuatro goles en contra, el Espanyol fue capaz de poner en duda una eliminatoria que tenía ganada y de tirar por la borda una nueva aspiración de victoria fuera de casa en LaLiga que más tarde fue nuevamente desperdiciada con otro viaje hacia ninguna parte y que costó el 3-2.

Da la impresión de que todos en el Espanyol están a verlas venir en este viaje. Los unos (los que juegan) esperando a que les vuelvan a reconfigurar el GPS; los otros (los que ordenan jugar) viendo de qué forma seguir echando gasolina al coche; y los de más allá (los que mandan) rezando para que la única apuesta por mejorar la plantilla en verano, Borja Iglesias, no presente ni más síntomas de desgaste ni un billete con destino a Inglaterra.