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Toca cambiar en el Madrid a algunos comensales…

Cerrado el fichaje de Brahim Díaz por el Real Madrid, en el horizonte aparecen Eriksen, un jugón que desde hace años apasiona a mi hijo; Hazard (el favorito de su padre, o sea yo); Sarabia (nos gusta a los dos, ahí no discutimos) e Icardi (el mejor nueve fichable para este mercado de invierno). Para verano ya hablaremos del verdadero gran sueño de todos los madridistas: Mbappé. La cuestión no es sólo si estos fichajes deben acometerse o no dadas las costosas operaciones que se intuyen. El quid del asunto radica en la necesidad de hacer un reseteo profundo en una plantilla maravillosa que parece haber llenado la barriga con tantos títulos y que no ha sido capaz de hacernos olvidar la marcha de Cristiano y sus 50 goles anuales. Cierto que fue el club y no ellos el responsable de no suplir la rueda de oro del portugués con un fichaje de relumbrón (esa reforma del Bernabéu nos va a costar cara en todos los sentidos…). Pero también es verdad que tras el nuevo fiasco, esta vez con el Villarreal, ha llegado la hora de programar un equipo al que entre gente con juventud, hambre y ambiciones ilimitadas. Toca mover la mesa y cambiar a alguno de los comensales.

La afición pide fichajes no sólo por el morbo de la novedad que siempre gusta, sino porque es necesario regenerar un grupo que se muestra acomodado y saciado, sobre todo en el torneo liguero. Parece que les cuesta sufrir cada semana, casi que les molesta. Esta vez no cuela lo de fiarlo todo a la Champions. Es una ruleta rusa que, por desgracia, un día fallará. Jugar en el alambre es peligroso. Puede llegar el Cazorla de turno y amargarte el resto de la temporada…