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Inglaterra castigó la confianza de La Roja

La confianza es un pecado en fútbol. España salió ante Inglaterra tan segura de su superioridad que regaló medio partido. Muchos halagos, muchas bajas en el equipo rival, buena salida, con alguna llegada, incluso un balón que rebotó en la espalda de Pickford. España se sentía dueña del campo, del balón, del ambiente, de la tabla de clasificación, de todo. Se puso a jugar como si no tuviera rival, como si sólo hubiese una portería, la de Pickford, en la que meter goles, y no otra a sus espaldas, la de De Gea, en la que no había de recibirlos. Pasa con alguna frecuencia: un equipo entra en un trance de seguridad que le hace olvidar los riesgos.

Y así, por ese descuido colectivo, se comió tres goles como tres soles. Tres llegadas rápidas, réplicas del viejo ‘mate pastor’, cuando nos espabilaban de niños en nuestras primeras partidas de ajedrez. Balón largo, devolución, llegada limpia y a la cazuela. Dos veces Sterling y la otra Rashford, siempre con Kane por ahí. Kane no es sólo un goleador acreditado, también es un excelente futbolista en el trámite previo de la jugada, al estilo Benzema, aunque se le valore poco esa faceta por los muchos goles que marca y porque no es un estilista. Pero en esa primera parte dio un curso de cómo escaquearse en zonas vacías para castigar a incautos.

Así que salimos a la segunda mitad 0-3. Una montaña por escalar. Y sin hacer grandes prodigios, al menos se intentó. Alcácer marcó nada más comparecer. Vive en estado de gracia. Luego, Pickford se hizo un lío ante una cesión, Rodrigo le arrebató el balón y el árbitro nos birló un penalti (con expulsión) que pudo haber llevado el partido hacia la remontada. No se dio y nos quedamos a medio camino, con un ataque insistente pero sin brillo, en el que, hay que decirlo, echamos mucho de menos a Jordi Alba. Al final cayó el 2-3, ya en el último suspiro, previo cabezazo al larguero de Marcos Alonso. Ahora hay que ir a Croacia a ganar. Un chasco, en fin.