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Modric dejará la huella de los grandes en el Mundial

El pequeño cuerpo y el gran ingenio de Luka Modric esconden la vieja verdad del fútbol: nada es más importante que el talento bien utilizado. Y el centrocampista croata lo utiliza como nadie. Es cierto que el destellante Mbappé ha impresionado al personal, pero no ha habido mejor futbolista en el Mundial de Rusia que Modric, cuya impronta es tan indispensable en Croacia como en el Real Madrid, donde ha ganado tanta trascendencia que se le puede catalogar sin problemas como un jugador de magnitud histórica, uno de los mejores que ha visto un club por el que han desfilado un buen número de luminarias.

Modric tiene 33 años, mide 1,71, viene de jugar varias temporadas agotadoras en el plano físico y también en el mental. Varias estrellas en su misma situación han pasado por el Mundial de puntillas, dejando algún apunte que otro en el mejor de los casos. En contra de una opinión bastante generalizada, no hay estrella que especule durante la temporada para reservarse su versión más pintona en el Mundial. Al contrario, las estrellas llegan más consumidas que los demás, lo que añade otra interesante perspectiva a un futbolista que debería estar más cerca del declive que del apogeo.

No es frecuente situar a Modric entre las grandes estrellas, aunque pocos jugadores son más apreciados por los aficionados, los del Real Madrid, por supuesto, pero también por los neutrales. Todos serían felices con el fenomenal croata en sus equipos. Modric establece perfectamente la divisoria entre el futbolista mediático, condición obligatoria para obtener ahora la condición de estrella, aun sin merecerlo, y el jugadorazo de toda la vida, el que deja una huella inolvidable por donde pasa. Es una característica que le ubica en territorio estrictamente futbolístico. Modric sólo se explica en el campo.

Apenas hay registro de su voz desde que llegó a España en 2012. Hay que escarbar bastante en las hemerotecas para encontrar una entrevista con él. En el campo sólo pretende pasar advertido por su juego. No hay ningún exceso, ni el menor afán populista. De vez en cuando una leve sonrisa se desprende de su rostro impenetrable. Su contrato es con el juego, relación cada vez más singular en el mundo del fútbol, donde la espuma parece que interesa más que el hueso.

No hay nada espumoso en el juego de Modric, a pesar de sus maravillosos recursos técnicos. Con sus habilidades podría vivir como un duque en el campo, pero su compromiso se lo impide. Sus habilidades siempre están al servicio de la causa general, cualidad que resalta a través de su tremendo despliegue. El pequeño y silencioso Modric no tiene fama de líder, pero lo es. Transmite su liderazgo con el ejemplo. Frente a Rusia, después de varios esfuerzos abrumadores en la prórroga, todavía tuvo arrestos en el último instante para desmarcarse, prolongar su carrera hasta el área y pedir un pase que no le llegó. Ni gritó, ni reprochó. Aceptó el error de su compañero y se derrumbó en el césped. Había entregado hasta la última gota del sudor. Fue uno de los momentos más emocionantes del Mundial, aunque no mereció ni una de la multitud de planos televisivos que se dedican a cualquier asunto intrascendente del juego.

Modric, el mejor interior derecho del mundo desde hace años, oficia en Croacia como el futbolista total. Es pequeño, ligero y camina hacia los 34 años. No debería tener sitio en un Mundial que, según la opinión general, deriva claramente hacia la vertiente física. Por fortuna, Modric lo desmiente, no por falta de condiciones atléticas. Hasta para eso es un prodigio de discreción, porque nadie corre más y con más inteligencia que Modric en los partidos. Esa admirable vertiente, importante en su arsenal de cualidades, está al servicio de un minucioso conocimiento del juego. En el ingenio de toda la vida. Ahí radica la diferencia que marca Modric en este mediocre Mundial.