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El Madrid lo apuesta todo al trece

Trece, impar y primo. A ese número apuesta su resto el Madrid en una temporada que enfocó a esto, a la final de la Champions, el mayor de los trofeos. Es su competición desde que se llamaba Copa de Europa. Klopp lo dice muy bien: el Madrid juega estas finales con una frialdad de hielo. Se siente firme, en su territorio, incluso diríamos que ejerciendo un derecho natural. De hecho ha ganado doce de las quince que ha jugado hasta ahora y la última que perdió data de 1981, precisamente ante el Liverpool. Las seis últimas las ha ganado. No hay nada más difícil en fútbol que enfrentarse al Madrid en una final de Champions.

Claro, que el Liverpool también tiene su aquel. Cinco títulos, una leyenda que defender y tres delanteros soberbios, Salah, Firmino y Mané. Salah es el último prodigio del fútbol mundial. El juego del Liverpool es presionar en la media para salir a toda velocidad hacia esos tres, que hacen un daño terrible. A cambio, no es firme atrás y le faltan para este partido algunos de sus mejores centrocampistas. Zidane tiene a todos disponibles y eso supone tal superávit de soluciones que la pregunta en la víspera es quién se quedará fuera, si Bale o Benzema. Ambos han probado por fin el jarabe de banquillo y se han hecho más trabajadores.

El Madrid llega formidable, tras haber sesteado en LaLiga y en la Copa para poner todos los huevos en este cesto. Todo jugador de la plantilla llega en sus máximos, mérito que hay que alabarle a Zidane, que entre otras cosas ha convencido a Cristiano de que este partido de hoy le vale por cien que se hubiera perdido. El grupo se quiere, se nota. Sergio Ramos ejerce un liderazgo positivo. El baloncesto ha puesto pórtico a esta final con su título, que abre la posibilidad de un doblete inédito. Todo apunta a una noche feliz en un campo en el que no hace tanto vimos a España ganar una final de Eurocopa, con Sergio Ramos en el equipo.