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El Madrid envía señales muy contradictorias

Dos brillantes acciones, no relacionadas con el contexto del juego, dieron la victoria al Real Madrid en el Allianz Arena de Múnich. No es un éxito cualquiera, menos aún en las semifinales del torneo más prestigioso del mundo. El Bayern, que durante décadas fue el rival que el Madrid siempre quería evitar, salió derrotado de nuevo en su estadio, en medio de la perplejidad de su ruidosa hinchada, que tiene al Allianz como un fortín. Lo es, excepto cuando llega el Real Madrid, cuya tercera victoria consecutiva traspasa al equipo alemán los fantasmas que antes aterrorizaban al madridismo.

Son tan favorables los indicadores que la presencia del Madrid parecería garantizada. Sin embargo, las sensaciones futbolísticas son diferentes. Ha vuelto el equipo irregular, de juego racheado y fases de desconcierto, un equipo que debería mejorar en el Bernabéu sus prestaciones en el Allianz.

Tampoco deslumbró el Bayern, que se acerca a un periodo de transformación, el famoso fin de ciclo que inevitablemente afecta a todos los buenos equipos. La alta edad media de la alineación titular (29,2 años) indica la ausencia, o el fracaso, en la renovación del equipo. Excepto el joven Kimmich, promocionado por Guardiola y destinado a la capitanía, apenas hay novedades relevantes. Prevalecen las viejas vacas sagradas: Ribéry, Robben, Müller y Lewandoski. Su influencia es tan grande que tienen la titularidad garantizada, aunque eso significa partir al equipo por la mitad y regresar al 4-2-4, táctica en desuso desde tiempo inmemorial.

Es un Bayern más alemán desde la vuelta de Jupp Heynckes. Desborda energía, vuelca la pelota en el área y no desmaya, pero flojea en el capítulo defensivo, no destaca por su creatividad y es vulnerable en el medio campo. Algo de eso sospechaba Zidane cuando alineó a cinco centrocampistas y dejó a Cristiano en la punta. La idea tenía sentido, pero no funcionó. Lejos de aprovechar la enorme superioridad de centrocampistas, destinados a garantizar la máxima posesión posible, el Real Madrid elaboró poco y mal. Aunque el Bayern incorporó a Thiago al medio campo después de la temprana lesión de Robben, el Madrid pocas veces gobernó el medio campo. Fue una irrelevante noche de Kroos. Isco, dolorido en el hombro, no funcionó. La ausencia de control retrasó a todos los centrocampistas y dejó abandonado a su suerte a Cristiano, que pedía compañía a gritos.

El Madrid pretendió algo que no consiguió: el control. En el descontrol se movió mejor el Bayern, a pesar de sus deficiencias. Se encuentra cómodo en la vieja dinámica alemana, algo que volverá a predicar Jupp Heynckes en el Bernabéu. No sirvió para darle la victoria en la ida, pero sí para hurgar en los defectos actuales del Real Madrid: la falta de estabilidad, la desconexión entre las líneas y las fases de desconcierto que le han caracterizado desde el comienzo de la temporada, aparentemente superadas después de la eliminatoria con el París Saint Germain.

Vulnerable. Han regresado algunas dudas, y a esa cuestión se refirió Heynckes cuando dijo que este Madrid es más vulnerable que el de la temporada anterior. Tiene razón. El Madrid llegó a la final de Cardiff con más empaque y seguridad, aunque mantiene intacta su sintonía con una competición que, por lo visto, favorece más sus cualidades (remate, eficacia, confianza, personalidad) que sus defectos, muy evidentes en el partido de vuelta con la Juve y significativos en el Allianz Arena.

En el Bayern, un club orgulloso como pocos, consideran que hay partido y buenas posibilidades en el Bernabéu. Han visto un rival algo menor de lo previsto. Tampoco este Bayern impresiona. Al Madrid le conviene vigilar el resultado, pero no encontrará una manera más efectiva de cuidarlo que parecerse al autoritario equipo que desbordó al París Saint Germain en el Parque de los Príncipes.