Un Arsenal de jugones, pero frágil
Los equipos se hacen entrenamiento a entrenamiento, partido a partido. Parten de la idea de uno, pero los que llegan más lejos (en apreciación o éxito) son aquellos que además cargan en la camiseta con memorias del pasado que reaparecen sobre todo cuando se pone la cosa cruda. Lo de ayer del Atlético, aceptando el sufrimiento, fue cosa de Simeone y de los 115 años de historia. Lo del Arsenal, también. Hubo mucho de Arsène Wenger en el Arsenal. Ha juntado un montón de jugones que, cuando el partido se convirtió en un duelo entre atacantes y defensores por excesivo celo del árbitro, se sintieron a gusto. Todos pedían el balón, todos se ofrecían, todos ofrecían propuestas y salidas. Individuales. Le falta al Arsenal de Wenger, que le da al talento y la intuición las riendas ofensivas, soluciones colectivas. Y en fases de la primera parte en las que el Atlético tenía el balón le faltaba un hervor y agresividad en su presión alta, no del todo sincronizada.
En la segunda, el dominio del Arsenal no se tradujo en ocasiones, cosa del esfuerzo defensivo del Atlético pero también porque le faltó un poco de pausa, de saber hacer, no llegó nunca el momento Özil o el momento Welbeck. Como sí lo hizo, con esas cosas raras que tiene el fútbol, el momento Griezmann en la primera llegada atlética en la segunda mitad. Así lo tiene el equipo Wenger: da gusto de ver, pero tiene la fragilidad de una burbuja de jabón.