Griezmann, a propósito de Futre...
El jueves fue su primera vez. La de Paulo Futre en el Metropolitano. Su placa en el Paseo de Leyendas seguro que aún tiembla de la emoción. Futre sigue siendo así: capaz de hacer cimbrear el metal. O al mismo cemento. El del Calderón aún puede contarlo. Y, a propósito de ese Futre, el del Metropolitano, a la cabeza, solo, se viene otro, aquel del Bernabéu, inolvidable. Me lo dijo una vez su hijo, Paulo J, hablando sobre esa técnica pictórica que ha inventado, los cuadros de espejo líquido. “Ojalá yo tuviese la capacidad de emocionar que mi padre tenía”, esgrimió. “Y más que la de impresionar, su capacidad para silenciar”. Hablaba de aquellos vídeos que su padre siempre le enseñaba. Los del Bernabéu. “Él lo llama El Silencio”. Porque, de repente, su padre cogía la pelota y todo el estadio enmudecía. Algo siempre iba a pasar.
Un derbi, da igual cómo llegue, con mucho en juego o poco, nunca es un partido más. Y, a propósito de Futre, Griezmann. “Si se va al Barça, será uno más; si se queda en el Atleti se le recordaría para siempre”, le susurraba el ídolo al francés, el otro día en As. Éste podría ser el último derbi de Grizi, que con su futuro no se sabe. También es un futbolista capaz de silenciar el Bernabéu. Dos de sus cuatro goles al Madrid allí los hizo: un 0-1, un 1-1. Ahora, mayo, se presenta como aquel peaje de Villefranche-sur-Saone que daba acceso a la autopista que recorría al regresar de Macon a Donosti, de niño, llorando. Su padre, al volante, se detenía y le decía: “¿Paramos o seguimos”. Y seguía, a pesar del lloro. Futre ya le avisa: en verano quizá también mejor seguir que desviarse al Barça. Palabra de eterno. El Bernabéu ayudó a ello.