Tonya, Javi y el entorno: dos historias con finales opuestos
Este domingo se clausura Pyeongchang 2018 con Javier Fernández al frente del equipo español. Javi ha tenido que volver a Corea para cumplir un reglamento ilógico, que bien podrían ahorrarse en los Juegos, que obliga a cerrar el patinaje artístico con una exhibición. El regreso, al menos, servirá al madrileño para ponerse la capa de Superjavi y para portar la bandera de España en su última presencia olímpica. Este fin de semana también se ha estrenado, no parece que por casualidad, la película Yo, Tonya, un escándalo que conmocionó al mundo en las semanas previas a Lillehammer 1994. Por si alguien no lo recuerda: Nancy Kerrigan fue agredida en una rodilla por gente del entorno de Tonya Harding, su principal rival. Al salir del cine me dio por pensar qué diferente ambiente han vivido Javi y Tonya en el mismo deporte.
Javi tuvo siempre el calor de su familia, que le dio soporte económico y cariño, aunque a su madre, Enriqueta, le costara alguna lágrima. Tonya recibió maltratos físicos y emocionales de la suya, LaVona, hasta que su pareja, Jeff Gillooly, tomó el relevo. Tonya, procedente de una América palurda y macarra, sufrió igualmente el desprecio y la discriminación de un deporte clasista y elitista, que rechazaba su imagen. “Tu hija destaca porque parece una cortadora de leña”, dice su entrenadora. “Es que mi hija corta leña”, le responde. Javi ofrecía también una imagen distinta a lo que acostumbraba el patinaje: un hispano de un país sin tradición. Pero en su caso los técnicos aceptaron incluso esa pereza que compensaba con arte e inspiración. Son dos historias paralelas, pero con final opuesto. Qué importante es el entorno en el deportista.