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Iñigo Martínez y la traición en el fútbol

Recuerden las pataletas de Josu Urrutia cuando el Bayern fichó mediante la cláusula de rescisión a Javi Martínez. El navarro tuvo que recoger sus pertenencias de Lezama saltando una valla, cuentan. Al presidente y a la afición del Athletic aquello les pareció una alta traición, pese a que Javi ha ganado después 5 Bundesligas, 3 Copas, 2 Supercopas, 1 Champions, 1 Supercopa de Europa y 1 Mundial de Clubes con los bávaros. Más que en Bilbao, sí. 

Ahora el Athletic, después de fichar un internacional rumano, utiliza con su club vecino la misma estrategia, tan criticada, para llevarse a Iñigo Martínez. El conjunto vizcaíno paga 32 millones por un jugador vizcaíno, lo cual supone una paradoja fascinante. Quizá sea porque Lezama no encuentra un recambio entre sus extensos tentáculos, que llegan como con Laporte hasta Aquitania, más allá de los límites de una filosofía de utilizar jugadores vascos o criados en la cantera vasca fácilmente falseable con clubes puente. Ocurrió con él y el Bayona. 

La historia se completa con el papelón de Íñigo Martínez. Se va de la Real un día 30 de enero, en plena crisis del equipo, siendo uno de sus capitanes, sin mucho margen de reacción en el mercado, al eterno rival -que sólo está tres puestos por encima- y habiendo dicho en su día que "nunca cambiaría de bando", para regocijo de las hemerotecas. Por eso existe en San Sebastián un sentimiento de traición que se disipa según se analizan los últimos que como Iñigo tomaron rumbo a San Mamés: Elustondo, Castillo, Díaz de Cerio, Gabilondo o Zubiaurre. Traición sí, Mundiales... pocos.