¿De qué planeta viniste, Federer?

Arranca el nuevo curso, de verdad, del tenis en Australia. Y cada año, desde que en 2003 ganara el primero de sus 19 Grand Slams en Wimbledon, un nombre se repite: Roger Federer. El suizo cumplirá 37 años en agosto y en Melbourne, aunque se quite presión (“Con 36 años no se puede ser favorito”), está en todas las quinielas para lograr su vigésimo grande, que haría el sexto en la Rod Laver Arena. No luce un gran físico. No es un superatleta. Pero parece diseñado para jugar al tenis. El déficit en su revés a una mano lo solucionó la temporada pasada. Taponó la vía de agua que Rafa Nadal tenía por ese flanco, como demostró en la inolvidable final a cinco sets el pasado mes de enero, y acabó ganando Australia, Wimbledon, Indian Wells, Miami, Shanghai, Halle y Basilea.

Lo del suizo, pues, parece un fenómeno paranormal. No alzaba un grande desde 2012, en Wimbledon. Pero no se había ido. Hasta su resurrección en Melbourne, había disputado cinco semifinales y tres finales de Grand Slam. Parecía, eso sí, tener ya su carrera hecha. Primero, porque Rafa Nadal (cinco años menor) seguía ganando (en 2013 y 2014 se adjudicó un US Open y dos Roland Garros). Después, porque Novak Djokovic y Andy Murray tomaron el mando. Pero sorprendentemente en un deporte que se juega once meses al año en tres superficies y por todo el mundo, sólo ha tenido una lesión importante (seis meses parado en 2016). Está sano y llegó a encadenar 65 Grand Slams seguidos. Tiene cuatro hijos y sigue con hambre. Juega sin presión. Disfruta. ¿De qué planeta viniste, Federer?