Nadal no vive de recuerdos
La capacidad de reinvención de Rafa Nadal, de pervivencia entre los mejores, de resistencia en la élite ante jugadores de menor edad y de veteranos como él que se niegan a caer en la autocomplacencia (llámese Roger Federer) es sorprendente. Será la cuarta vez que acabe como número uno del año, pero no existe ningún jugador que haya vuelto a lo más alto cuatro años después de su último reinado. Los que median entre 2013 y este 2017. El mazo de Pete Sampras le permitió encadenar seis años consecutivos. El caníbal Jimbo Connors extendió su dominio cinco. Federer y Novak Djokovic acumulan cuatro, pero entre medias se les coló una temporada Nadal; e Ivan Lendl también abrochó cuatro años en lo más alto, pero Mats Wilander se infiltró una campaña en el camino del checo.
Nadie ha acabado, además, en la cima con más de 30 años. Nadal tiene 31 y, después de un 2015 marcado por lo que él llamó “lesión mental”, la ansiedad que le mataba a la hora de cerrar los partidos y que hizo que el vestuario le perdiera el respeto, y de un 2016 en el que una muñeca le lastró pero arriesgó su carrera para lograr un oro en los Juegos de Río, ha firmado unos meses de libro. Sabía lo que tenía que hacer y lo ha hecho. En octubre pasado, tras perder con Troicki en su debut en Shanghái, y poner fin ahí a su temporada dejó dos frases. Una: “Necesito recuperar electricidad en las piernas y moverme más rápido”. Dos: “Es estúpido mirar al pasado”. En Australia ya demostró que la chispa había vuelto. No miró atrás. Y cayeron Roland Garros y el US Open otra vez. Nadal no vive de recuerdos. Es presente. Y vuelve a ser el uno.