Nadal y el caramelo del Masters

El año pasado, Rafa Nadal caía en cuartos en Pekín contra Grigor Dimitrov y en su primer partido en Shanghai, frente a Viktor Troicki, y decidía (era 20 de octubre) renunciar a lo que quedaba de temporada. Dijo no encontrarse “psicológicamente bien”. Con la muñeca izquierda dolorida, forzada al máximo para conseguir un oro en los Juegos de Río, tocaba resetear. Purificarse en el Mediterráneo, curar heridas, trabajar el físico para que las piernas recuperasen la chispa y sumar a Carlos Moyá al equipo para refrescar los entrenamientos. Todo resultó. Ya se vio en Australia, en la final de los ‘resucitados’ contra Federer. Y Nadal, animal competitivo que se alimenta con las victorias, que sólo entiende la competición desde la lucha, no ha ido hacia abajo en la temporada. Sigue pujante, hacia arriba como un cohete.

De aquí a final de año, le quedan retos bonitos. La final contra Kyrgios era su partido 70 del año, su novena final, y desde 2013 no ganaba seis títulos (entonces fueron diez). Pues bien, en un tramo de temporada que habitualmente se le atraganta, al que llega siempre muy exigido, parece estar en condiciones de conquistar la semana que viene uno de los Masters 1.000 que no tiene, el de Shanghai (los otros son Miami y París-Bercy). Y, sobre todo, y si gestiona bien los esfuerzos —no pasaría nada si se cae del cartel de Basilea o París, sería perdonable y conveniente incluso— de asaltar el Masters en Londres. Nunca se ha proclamado ‘maestro’ (tres semifinales y dos finales), y una carrera como la suya lo merece. Manolo Orantes lo logró en 1976 y Alex Corretja en 1998. El palmarés del torneo con los ocho mejores del año merece contar con el nombre de Nadal. Y viceversa. Este año es posible.