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España, Lopetegui, Piqué y Sergio Ramos

 

Es un partido de fútbol, solo eso. No va a resolver nada más allá de nuestra clasificación para la próxima Copa del Mundo, que no está mal. Cuando yo era un adolescente, estas cosas costaban más. No fuimos ni al Mundial del 70 ni al del 74, y eso después de quedar mal en el del 62 y el del 66. Cuando volvimos, en el 78, también quedamos mal. Y para qué hablar del 82, aquí, con el tormento naïf del Naranjito, en el que pegamos un cante integral. Cuando entonces, como decía Umbral, el fútbol de la Selección era una permanente cita con el pesimismo. Ahora tenemos una Selección buena, tirando a estupenda. Hoy juega en Alicante.

El país está como está, con la tensión en torno a Cataluña elevada a niveles críticos. Y con Piqué, clínicamente alérgico a la discreción, focalizando la atención. Piqué, estupendo central, esforzado y sufrido componente del equipo nacional, sin tacha, compañero de fatigas de Sergio Ramos. Catalán, andaluz, tan distintos en según qué cosas, tan iguales en según cuáles otras. Al mando está Lopetegui, ese vasco calmado que ha ido modulando la tensión de la semana. Piqué ya no tuitea. Piqué salió y dijo esto, Sergio salió y dijo aquello. Los dos hablaron bien, los dos van a jugar juntos en el afán de que ganemos este partido.

Supongo que habrá bastante gente en Alicante que lo vea así. La forma en que se condujeron los que ayer acudieron al entrenamiento me anima a pensarlo así. El fútbol nació para la alegría, no para la discordia. Quizá no sea justo exigirle en esta crisis una altura moral por encima de la que muestran nuestros profesionales de la política. Bien, lo admito. No será justo, pero sí es necesario. Y creo que lo está haciendo. Visto lo visto, me parece que la manera de conducirse estos días de Lopetegui, Piqué y Sergio Ramos deja enseñanzas. Y me gustaría que lo mismo pudiéramos decir después del partido de los asistentes al mismo.