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Ángel Nieto, 'in memoriam'

Eran tiempos duros, los primeros cincuenta. Una familia de Zamora, uno de cuyos miembros era un niño de seis años, llamado Ángel Nieto, se trasladó a Madrid, en busca de mejor vida. Instalaron una pollería en Vallecas, al lado de un taller de reparación de motos en el que un joven, llamado Tomás Díaz Valdés, trataba de abrirse camino, tras la muerte prematura de su padre. A aquel niño, aquello le fascinó. Se colaba, curioseaba. Primero era una mascotilla (¿puedo mirar? ¿me dejáis apretar una tuerca?), luego un aprendiz y, por fin, (¿puedo montar?), probador de motos reparadas y finalmente piloto. Piloto campeonísimo.

Tomás Díaz Valdés fue, con él de la mano, especialista de motor durante muchísimos años. Los inicios de aquello fueron duros. Primero, sólo Díaz Valdés le acompañaba por el circuito mundial. Luego se unió a ellos Hernández Rivadulla, de Marca. Pero las motos significaban poco para la prensa. Nieto, futbolero de adolescente, llegó a aborrecer el fútbol, de tanto ver portadas de este deporte, mientras sus éxitos había que buscarlos muy atrás. Hasta que tanto triunfo saltó la banca. Fue decisivo que se sumara televisión. Bueno, la sumó él. Le arrancó el compromiso al propio Samaranch, tras una jornada triunfal en Montjuïc.

Fue más que un campeón. Fue un pionero. Uno de esos deportistas españoles que nos surgieron de la nada en los sesenta, metiendo en nuestros hogares un deporte nuevo, vía televisión, enriqueciendo nuestro panorama, superando el freno que suponía la 'trilogía clásica', fútbol, boxeo y ciclismo. Eso fueron él, Santana, Emiliano, Aritmendi, Haro, Ballesteros, Fernández Ochoa. Ahora que un accidente fatal nos lo arrebata, cuando estaba en pleno disfrute de la vida, nos deja a todos un sentimiento de vacío. Pero nos consuela pensar que llegó a contemplar el efecto de su obra: el soberbio nivel que ha alcanzado en España ese deporte que él puso en órbita entre nosotros.