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El triunfo del sentido común

Un juez actúa con un cómplice: el sentido común. Y Manuela Carmena es juez especialista en el sentido común. Con ese equipaje llegó a la alcaldía de Madrid y ha cautivado a una población acostumbrada a los dispendiosos (o botarates) y a los que andan con la nariz subida a los párpados. Sorprende por otra facultad: la memoria. No hay un dato que se le desprenda de su inteligencia de orfebre. Se sorprende de la riqueza oculta de la ciudad en la que nació; tiene recuerdos de su casa de cuando era una niña (aquella asistenta que se negaba a decir “Francos Rodríguez”, la calle, porque no quería decir la palabra Franco). No hay una cuestión municipal que no esté pegada a su memoria para los datos.

Otra facultad se une al sentido común y a la memoria: la discreción, también virtud de los buenos jueces. Habló con tremendo respeto del entorno municipal que la precede, y dejó que la ciudad fuera protagonista de todas sus palabras. Manuela no está en la vida para hablar de sí misma, así que su capacidad para el elogio tiene a la capital que dirige como elemento principal de sus buenos juicios.

Es una mujer solidaria, partidaria de la felicidad de la esperanza. Ha aprendido a querer más Madrid, a descubrir más secretos. Contó el hallazgo, en una institución de mujeres del siglo XVIII, de una documentación que es un tesoro. Entre esos tesoros, el dibujo de un biberón que recomendaban desde Suiza a las conturbadas mujeres de Madrid cuando las enfermedades terribles se llevaban a los niños. Escuchar a Manuela es vivir dentro del sentido común. Es una alegría y un gozo saber que alguien así se sienta en lugar tan decisivo para la ciudad.