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La lección de la Séptima

La víspera de la Séptima los periodistas vimos los entrenamientos a pie de césped, al lado de los jugadores, percibiendo las sensaciones de unos y otros. Para los españoles era todo nuevo, una cita con la que no se contaba y que llenaba de emoción el rostro de chavales como Raúl o Morientes y de veteranos como Sanchís. En todos había una efervescencia de mariposas en el estómago y brillo en los ojos. Cuando salieron los italianos se vio que iban con otro porte, el de la seguridad y la confianza. Parecían un desfile hercúleo: Del Piero, Torricelli, Deschamps o Peruzzi que jugaban su tercera final de Champions de forma consecutiva; Montero, Ferrara o Zidane que ya la disputaron hacía un año; Marcelo Lippi, fumando glamuroso.

Daba la impresión de que estaban en su ambiente, dominaban la escena, cabeza alta y mirada limpia, sin temores. Sinceramente eran la estampa del triunfo antes de haber jugado. El Real Madrid encima había llegado con cierta dosis de fortuna y con la figura de Heynckes disminuida y sin ascendencia en el vestuario, donde era conocido como “gusiluz” por sus coloretes. Aquella noche varios jugadores del equipo blanco se reunieron en una habitación de su hotel y, cigarrillo de por medio, sellaron el triunfo de la ilusión, que venció a la confianza. Una lección a tener en cuenta...