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En Cardiff, a favor del Madrid

Por consejo de un amigo madridista me hice del Atlético en esta fase de la Champions de la que acaba de salir airoso el Real Madrid. El Real Madrid no es mi equipo. Soy del Barça desde que tengo 11 años. Como dice a veces Tomás Roncero, quiero que el Madrid pierda hasta en los entrenamientos. El Barça no compite ya en la Champions; el equipo que fue su verdugo, la Juventus italiana, lo eliminó en buena lid tras dos partidos especialmente decepcionantes de nuestro bando. El triunfo de Messi en el Bernabéu nos alivió de ese tremendo trago. Como en todo aficionado anida un hooligan o un forofo, necesitábamos, o al menos lo necesitaba yo, una dosis mayor de derrota del equipo rival.

El equipo rival, aquel al que le deseo que pierda incluso cuando no compite, salió muy airoso de la eliminatoria que le enfrentó a los rojiblancos. Me he quedado, aparentemente, sin equipo para la fase final. Renuncio a ser forofo, dimito del deseo de que le vaya mal al enemigo más próximo, y me honro en desearle suerte al Real Madrid, a sus aficionados y a sus jugadores. El fútbol es una de las bellas artes del juego; en el judo y en el kárate, los maestros enseñan a los muchachos a interesarse por el estado del adversario cada vez que termina un encuentro.

En el fútbol hemos considerado lícito, y así está dicho en las pancartas y en las insoportables diatribas que se lanzan en los medios y en Internet los aficionados de un lado y del otro, que no sólo deseemos el mal ajeno sino que lo digamos con el lenguaje más grosero que se pueda concebir. El fútbol es sólo fútbol, un espectáculo instructivo y hermoso. Quiero que gane el Madrid, y quisiera que ese deseo y el resultado sea celebrado con decoro y con respeto; lo mismo deseo para los equipos que se le enfrenten y le ganen. Espero que no sea mucho pedir.