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Gracias a Dios que existe el fútbol

Todos lo vimos, en los telediarios, para vergüenza de la especie en general y de la sevillanía en particular. Un mala bestia, viajero a Bilbao con ocasión de un partido del Betis, agredió a un pacífico ciudadano en la Plaza Nueva. Ya saben, “¿Eh, tú, Gabilondo? Arriba España. ¿Eres proetarra?”. Y le dio dos cates. La víctima vio prudente retirarse, ya que el valentón iba acompañado y él estaba solo. Ni siquiera presentó denuncia. Pero la Ertzaintza, en base a la grabación que difundió, tan feliz como estúpido, uno de los amigotes del feroche, puso denuncia de oficio. La consecuencia es una propuesta de multa de nueve mil euros y el alejamiento de los campos de fútbol.

Bendito fútbol. Este bárbaro es un multirreincidente, un triste matón superhormonado, de destino nada envidiable si no rectifica a tiempo, cosa que ojalá haga. Hasta ahora ha andado molestando por ahí, entrando y saliendo de problemas sin mayores consecuencias. Pero esta vez había fútbol cerca, ni siquiera por medio, y, claro, es otra cosa. ¡Violencia en el fútbol! Ni siquiera sabemos si ese probo ciudadano tachado de ‘gabilondo’ es del Athletic. El borrico le atacó, debemos entender, por vasco, cosa para él directamente asociable a proetarra. No había ahí más fútbol que la coincidencia de un partido en la ciudad entre Athletic y Betis.

Con el fútbol hay una severidad que contrasta con el descuido en otros ámbitos. Cada vez que hay un incidente en fútbol ocupa un espacio y acarrea unos reproches que me parecen desproporcionados. El fútbol, que congrega a mucha gente, tiene su cuota parte de malas bestias. Pero no les hace bestias el fútbol, van por ahí con la bestia dentro. El fútbol sirve para que su barbarie se convierta en hecho mediático, como ha sido este caso, que ha permitido detectar a semejante trasto, del que el Betis afirma que no era ni socio ni abonado del club. Pero, fíjense, sólo gracias a que había fútbol en los alrededores ha sido señalado como grave peligro social.