¡Viva la revolución!
No hay generación más mitificada en la historia del Real Madrid que la Quinta del Buitre, cuyo impacto en el fútbol español no dejó indiferente a nadie, incluidos sus detractores. No les faltaron críticos a Butragueño, Sanchís, Martín Vázquez, Míchel y Pardeza, los cinco futbolistas que saltaron del anonimato a la fama en apenas seis meses: desde octubre de 1983, con el debut de Martín Vázquez y Sanchís, hasta el ingreso de Míchel en el primer equipo, en el verano de 1984. Eran jóvenes, jugaban de maravilla, estaban en las antípodas de la furia y disfrutaban de una misteriosa sintonía en el campo. Había que verlos porque, entre otras muchas razones, eran diferentes, un rasgo que se convirtió muy pronto en sospechoso, especialmente en un considerable sector del periodismo, donde lo diferente se vendió como falta de carácter y debilidad competitiva.
El hincha medio hizo poco caso de la creciente ofensiva mediática contra la quinta. El Bernabéu reventaba de gente y los domingos eran una fiesta. Aquel Real Madrid abandonó la sequía más larga desde el fichaje de Di Stéfano (cinco temporadas consecutivas sin ganar el título de Liga) y ganó todas las ediciones desde 1986 hasta 1990. Ningún equipo, y los ha habido extraordinarios en España desde entonces, ha igualado ese récord. Sobre aquel Real Madrid pesa la confortable coartada de sus dramas europeos. Coincidió en gran medida con la irrupción del formidable Milán, engrasado con el dinero del empresario Silvio Berlusconi, que fichó a los holandeses Gullit, Van Basten y Rijkaard, y el fanático plan del casi desconocido Arrigo Sacchi, dispuesto a demoler la vieja cultura italiana del juego defensivo y los marcajes individuales. Tampoco le faltó al Milán un ingrediente básico: la cantera. Dos de sus estrellas, Franco Baresi y Paolo Maldini, procedían de la escuela rojinegra.
Un aspecto esencial de aquel Real Madrid residía en las expectativas que generaba. Si te perdías un partido, cabían muchas posibilidades de que te hubieras perdido algo grande. En aquellos días se transmitían pocos partidos por televisión. Había que acudir al campo para presenciar las virguerías de aquellos jugadores. Todo sucedió muy rápido, como casi siempre en los mejores momentos del fútbol. El periodista Julio César Iglesias les bautizó en un memorable artículo en El País, Di Stéfano les dio cancha, los chicos funcionaron y la gente se entusiasmó. Así de simple. La ebullición alcanzó tal calibre que 80.000 espectadores (una cifra superior a la de muchos partidos del Madrid en aquella época) presenciaron en el Bernabéu el duelo Castilla-Bilbao Athletic en diciembre de 1983. Los dos filiales encabezaban la Segunda División (actual Segunda A) y la hinchada madridista estaba prendida de aquellos juveniles. Su efecto sobre la salud del club en los siguientes años fue desbordante.
No le han faltado buenos equipos y grandes éxitos al Real Madrid desde entonces. En aquellos días vivía del prestigio de las seis Copas de Europa y de una fuerza social apenas comparable en el mundo. Ahora es un portaviones de los nuevos tiempos, de la globalidad comercial, la influencia económica, del impresionante negocio que es el fútbol, en definitiva. En este marco, creado tras la sentencia Bosman en los años 90, pocos se han podido comparar al Real Madrid en la contratación de estrellas rutilantes.
Desde Figo y Zidane hasta Cristiano y Bale, el Madrid ha fichado lo mejor, lo más caro y, a veces, lo más rentable. Sin embargo, no se había vivido un clima de tanta expectación y entusiasmo como en estas últimas semanas. En menos de un año, un sensacional grupo de jóvenes ha conseguido lo impensable: generar un clima de felicidad y satisfacción superior al del primer equipo. Se podría hablar de la primera gran revolución popular desde la Quinta del Buitre, pero la comparación, que tiene todo el sentido en el terreno estrictamente futbolístico, es injusta para la generación de Isco, Carvajal, Asensio, Morata, Lucas Vázquez, Nacho y compañía.
A diferencia de la Quinta del Buitre, que llegó en un momento de gran depresión en el Real Madrid, la hornada actual compite con las estrellas que han ganado dos Copas de Europa en tres años. Es un desafío al que nadie se atrevería. No hay posibilidad de superar a las estrellas de Lisboa y Milán, al equipo encabezado por un ganador de tres ediciones del Balón de Oro, pero el fútbol ha colocado al Real Madrid en una situación sin apenas precedentes en la historia: el segundo equipo, el de los jóvenes que encuentran enormes dificultades para jugar como titulares en los grandes partidos, está alimentando un clima de felicidad superior al de los titulares.
Algo grande está ocurriendo en el Real Madrid. Los últimos partidos han roto tantos tópicos futbolísticos que se puede hablar de algo parecido a una revolución. Desde los emergentes años de la Quinta no se ha disfrutado de un ambiente parecido. Con un fútbol dinámico, fresco, creativo, lleno de matices y una sintonía total entre los jugadores, los jóvenes del Real Madrid (en su mayoría españoles, casi todos baratos y complementarios en sus posiciones y estilos) han ofrecido tres o cuatro monumentos al fútbol. Nadie situaría ahora mismo a Isco, Asensio y Carvajal, y podría añadirse alguno más, fuera de los 20 o 30 mejores jugadores del mundo. Es fascinante su desafío al más que competente establishment del primer equipo. Nunca el Real Madrid ha disfrutado de una sensación tan elocuente de plenitud, con el problema que menos cabe sospechar en el fútbol: la dificultad para gestionar tanta abundancia sin alimentar resabios, polémicas y fracturas en la plantilla.