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Sobre la inquietante queja de Marcelo

Marcelo dejó una queja al final del partido del miércoles: “Hablamos antes de los partidos cosas que luego no se hacen”, se quejó. Luego, Sergio Ramos enfrió la cosa, pero la queja quedó ahí. ¿Y cuál es la queja? Nadie está libre de pecado. El tercer gol de Las Palmas, que le va a costar caro a Keylor por su salida al vacío, fue posible por un descuido de Marcelo, que le dio a Boateng un margen irremediable para arrancar con ventaja desde su propio campo. Así que, en efecto, nadie está libre de pecado, aunque pienso que no es lo mismo un descuido en una jugada concreta que vivir los noventa minutos de espaldas al compromiso colectivo.

Por ahí van los tiros. Con la BBC (el miércoles paliada con la presencia de Morata por Benzema) la defensa y la media se sienten en inferioridad. En la práctica, juegan siete contra diez. Y si entre los siete no está Casemiro, peor aún. Los de arriba se desentienden demasiado de lo que pasa atrás. Al revés no pasa igual. Carvajal y Marcelo se pasan los partidos haciendo carreras de ochenta metros para aportar al ataque para regresar puntualmente a su posición. No se ven correspondidos por el esfuerzo ni remotamente simétrico de los delanteros. En su zona se ven muchas veces envueltos en emboscadas de dos contra uno.

El Madrid tiene de tiempo atrás un delantero al que se liberó de todo engorro: Cristiano. El propio Sergio Ramos lo expresó en una especie de ‘happening’ de la plantilla, aún con Ancelotti, diciendo que sólo había uno especial: Cristiano. Entonces Cristiano marcaba cincuenta goles al año. Ya no llega a esa media, pero digamos que aún se le pueden perdonar según qué cosas. Pero sólo a él, y cada vez menos. Ante equipos buenos, la parte de atrás del Madrid sufre. Sufre porque se parte físicamente. Pero lo grave viene cuando se parte también en espíritu, cuando pierde la unidad de propósito. Y a eso me sonó lo de Marcelo.