Rossi no es de este mundo
Cuando Valentino Rossi debutó en el Mundial de 125cc en 1996, yo llevaba más de un lustro cubriendo para AS los grandes premios de motociclismo. Estaba, por tanto, en aquella su primera carrera de Malaisia y también celebrando su primera victoria en la Republica Checa ese mismo año. Ya entonces se adivinaba que era un piloto muy especial, aunque nadie se hubiera atrevido a pronosticar (yo al menos no) que iba a convertirse en uno de los más grandes de la historia de este deporte, para muchos incluso el mejor de siempre. No me animo a sumarme sin más consideraciones a esa corriente de opinión que le posiciona por encima de cualquier otro campeón, pero sí tengo clarísimo que se erige como una personalidad extraordinaria dentro y fuera de las pistas. Otro dato para constatarlo es que hoy cumple nada menos que 38 años y con la misma ambición de siempre.
Tras su conflicto con Marc Márquez en 2015 hubo quien, desde esa democracia virtual de las redes sociales, me acusó de mostrar una supuesta animadversión hacia el italiano. Entiendo que motivos tendrían para hacerlo y debo respetarlo aunque en modo alguno lo comparta. Me parece un grandísimo piloto y ni siquiera lo que sigo considerando un patinazo en toda regla con su gestión de aquello fue suficiente para hacerme cambiar de opinión. Hizo cuanto hizo precisamente porque mantenía el hambre de triunfo que siempre le ha caracterizado, incluso ahora a una edad en la que debería estar ya pensando, sería comprensible, en la retirada. Pero no. Debo confesar que me hubiera jugado una cena en un buen restaurante a que a estas alturas de siglo no veríamos a Rossi compitiendo. Por suerte no lo hice porque habría perdido, y es una estupenda noticia. Su continuidad es oro puro para MotoGP y que conserve ese espíritu luchador merece un reconocimiento incondicional. Ya no me atrevo a decir si será por mucho tiempo (en buena lógica no), sólo que disfrutemos de su talento mientras dure. Así que felicidades y gracias por seguir ahí.