Los árbitros no pueden ser robots ni felices empleados
Soy de buena añada. Llegué a tiempo de ver a los árbitros antiguos, me quedé y me fui cuando ya no quedaba ninguno de aquellos y el cambio generacional había afianzado ya un nuevo arquetipo. Recuerdo esas reuniones técnicas con la nostalgia propia del que ha vivido algo muy bueno y demasiado lejano, cuando veía a aquellos desde el entusiasmo de un cachorro en plena vocación: Díaz Vega, López Nieto, Esquinas Torres, Ansuategui Roca, Fernández Marín y otros. Parecía una universidad, o una reunión de genios locos, pero era viva sustancia, puro brote, las ideas venían de arriba y de abajo, se cruzaban, el debate creaba un clima de sinergia que hacía invisible el hecho de que ahí unos mandaban y otros ejecutaban.