Sergio Ramos, goleador de finales
El Madrid nunca se da por perdido. Ese es su emblema desde que por él pasó Di Stéfano, dejando un espíritu indomable que se ha transmitido de generación en generación. El Sevilla, que hizo una final estupenda mostrando sus virtudes de estos años bajo la nueva mano de pintura que le ha dado Sampaoli, lo sufrió en sus carnes ayer. Había jugado bien, tenía el partido ganado, pero Sergio Ramos (otra vez él, goleador de finales), arrancó un empate agónico. En la prórroga le anularían otro gol, pero al Madrid le dio igual: el testigo lo cogió Carvajal, que marcó el 3-2, también ‘in extremis’, en un jugadón.
Esa fuerza que viene del fondo de los tiempos es un plus con el que el Madrid cuenta en los trances más difíciles, y el de ayer lo era. Afrontaba esta final con la ausencia de lo mejor que tiene por arriba, y lo hacía ante un Sevilla, que ya queda dicho, es cosa seria. Sampaoli ha trabajado bien, no se notan los que se han ido, y sí se notan los que han llegado, sobre todo el ‘Mudo Vázquez’, un jugador de impresión, Claro que Vázquez por Vázquez, pesó todavía más el del Madrid, de nombre Lucas, con su trabajo continuo y su acierto en el desborde por su banda. De él nació el gol de Sergio Ramos.
El que se fue del partido sin buena nota fue Morata, que jugó una hora (luego dejó paso a Benzema, reservado antes) sin relevancia. Asensio empezó muy bien (¡qué golazo el suyo!), pero se le hizo largo el partido. James quedó fuera de salida, tema que habrá que comentar otro día, pero cuando salió dejó, además de sus toques de superclase, un trabajo intenso. Se le vio empeñado en convencer a Zidane. Con todo, al Madrid le salió un partido de nota media, pero lo resolvió con ese su carácter indomable. Pasan los años y hay algo reconocible en el Madrid, a salvo de modas y márketings: ese espíritu.