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Del sueño a la redención: ¿puede perder Estados Unidos?

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La última derrota de la selección de Estados Unidos, el Team USA que parece otra vez inalcanzable para los demás, llegó en el Mundial de Japón, en semifinales: 95-101 ante Grecia, dos días después desmontada por España (70-47), el 1 de septiembre de 2006. Si se lleva el oro en Río cumplirá una década sin haber perdido un partido oficial. Ha conseguido que nos parezca una cuestión de simple sentido común pero ha sido en realidad un proceso fascinante: de la gloria al fango y de regreso: del Dream Team a la peor crisis de su historia y de ahí al Redeem Team: del sueño a la redención, las dos mejores generaciones de la historia del baloncesto NBA hilvanadas por el fino hilo de la selección nacional.

El proceso, al menos en el trazo grueso, es conocido: Barcelona 92 abre la puerta olímpica a los jugadores de la NBA y reúne a un grupo de ellos (Magic, Bird y Jordan a la cabeza) que aunaba los sueños heroicos de la era que transformó la competición en el gigante que ha sido desde entonces. Lo nunca visto, el mejor equipo de la historia. Uno que jugó, en Mónaco y en plena preparación, un partidillo amistoso dividido en dos bandos a los que el entrenador Chuck Daly pidió que compitieran a muerte. Fue, para los periodistas que estaban allí, el mejor partido de la historia… que nadie vio jamás. Michael Jordan también aseguró que nunca había participado en algo como aquello. Este tramo de leyenda se prolongó con el Dream Team II de Atlanta 96 (otra locura: Charles Barkley, Karl Malone, Hakeem Olajuwon, Shaquille O’Neal, John Stockton, Reggie Miller, Gary Payton, Scottie Pippen, David Robinson, Mitch Richmond, Grant Hill, Penny Hardaway) y finalizó en Sidney 2000, donde la fórmula enseñó costuras pese a Ray Allen, Vince Carter, Kevin Garnett, Gary Payton o Tim Hardaway. Estados Unidos ganó el oro pero se llevó un sofoco por entonces histórico en semifinales: 85-83 a una Lituania que tuvo el milagro en manos de Jasikevicius. Tampoco le sobró tanto en cuartos ante Rusia (85-70) y en la final ante Francia (85-75). Los nuevos tiempos llamaban a la puerta: a Estados Unidos ya no le bastaba con ir, ver y vencer. Y el baloncesto FIBA estaba entrando en una nueva dimensión gracias en gran parte a, todo son finalmente vasos comunicantes, el inicio del salto cada vez más masivo de jugadores no estadounidenses a la NBA.

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A aquel 24-0 durante ocho años con toque de atención final le siguió un período de oscurantismo que hace pocos días recordaban en una excepcional oral story Bill Leopold y Ben Teielbaum para NBC. Allí está todo: el descenso al infierno, el reparto de culpas, la reflexión y reconstrucción y el regreso al trono. Con un grupo de nombres sin estructura ni sentido, Estados Unidos descubrió su vulnerabilidad en el Mundial 2002, en Indianapolis: sexta, tres derrotas en nueve partidos. Pero un Mundial, incluso en su casa, es apenas un rasponazo para el Team USA. La brecha, la herida por la que se desangró su concepción etnocentrista del baloncesto fue Atenas 2004. Un campeonato en el que el roster se hizo en pocos días, apenas una suma de cromos sin atender (por última vez) ni a la química del grupo ni a las necesidades del baloncesto FIBA. Parches que apenas casaban con el ultra estricto Larry Brown y jugadores que ahora son leyenda pero que por entonces eran apenas niños (LeBron, Carmelo, Wade) junto a Iverson, Stoudemire, Odom, Boozer, Marbury…

Aquel equipo fue bronce con más derrotas (5-3) de las que había sufrido el baloncesto estadounidense en toda su historia olímpica. La primera sin apenas competir contra Puerto Rico, que le avergonzó con un Carlos Arroyo imperial. También cayó ante Lituania (cuatro años después, la venganza de Jasikevicius) y en semifinales contra la inolvidable Argentina de la generación dorada y en un manual de cómo se ganaba a aquellos Estados Unidos disfuncionales en los que Larry Brown se peleaba con Marbury e Iverson, Stern criticaba a Brown y el resto de jugadores casi ni sabían qué hacían allí. Defensas zonales que les obligaban a lanzar desde la media y larga distancia y ataques con jugadas de pick and roll y cortes que los NBA apenas leían. Una pesadilla albiceleste para un equipo que un año antes había destrozado a ese futuro campeón olímpico (106-73) en el Torneo de las Américas.

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En realidad no era el mismo equipo, claro. En un año se habían caído nueve de los doce de 2003. En Atenas tampoco se formó un equipo que podría haber tenido un quinteto con, por ejemplo, Kobe Bryant, Shaquille O’Neal, Ray Allen, Kevin Garnett y Jason Kidd. Unos por lesión, otros por inminente paternidad y unos cuantos porque había cundido el pánico terrorista: fueron los primeros Juegos posteriores al 11-S y Atenas no transmitió una imagen demasiado tranquilizadora antes del evento. Consumido por una falta intolerable de estructura y el crecimiento de sus rivales, Estados Unidos se abocó al diván del psicoanalista.

Entonces cambió todo: Jerry Colangelo asumió los mandos y Mike Krzyzewski fue elegido entrenador tras un cónclave en el que fue bendecido por viejos rivales de banquillo y por un comité de leyendas con Michael Jordan, Larry Bird y Jerry West a la cabeza. Eran dos figuras de una autoridad incuestionable en el baloncesto estadounidense, dos que pidieron trabajar sin ataduras ni obligaciones, con libertad y desde la premisa de que era necesaria una estructura real: una cultura, un regreso a valores perdidos que comenzaban por el respeto al rival, a la competición y a la propia camiseta. Y un esfuerzo explícito y profundo por cambiar desde la asunción, poco antes impensable, de que ya no bastaba con reunir a doce grandes jugadores y lanzarlos al tapete como si fueran dados. El proceso se llevó su último guantazo con aquella derrota ante Grecia en 2006, pero ya estaba en marcha. Tanto que aquello fue más un refuerzo, una lección bajo el principio de que la letra con sangre entra, que un golpe dañino para unos cimientos que ya se habían consolidado: El Redeem Team ya estaba en el horno.

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De Pekín a Londres pasando por los Mundiales de Turquía y España, Estados Unidos ganó y recuperó el rastro de admiración que había perdido, en su casa y en las de los rivales. Recuerdo a Coach K, en el Mundial 2014, saliendo de las salas de prensa saludando a todo el mundo, desde organizadores hasta el personal de limpieza. El baloncesto NBA, además, ha evolucionado hacia una fórmula letal para los rivales FIBA si se parte de su superioridad en talento y físico: tiro exterior, juego colectivo, muchos pases, alternativas defensivas… Ese Mundial evidenció que la brecha se había abierto de nuevo, en cuanto Estados Unidos se reagrupó y los rivales ya no eran, además, aquellas históricas Argentina y España, las dos (cada una a su manera) en proceso de salida de sus años de máximo esplendor. Sin la primera línea de su firmamento pero con algunos que estaban entrando en él (Stephen Curry, James Harden, Kyrie Irving Klay Thompson… pero todos en versión 2014, recuerdo), el torneo fue una exhibición que promete otra en Río. ¿Pueden perder? Siempre hay que dejar una puerta abierta en el mundo del deporte pero la respuesta es no. No si no sucede algo sencillamente milagroso. No en mi opinión y a pesar de que viví en primera persona los sucesos de la Final 2016 de la NBA, el último gran recordatorio de que en el deporte siempre, y a pesar de todo, puede suceder lo increíble.

Estados Unidos debería ser oro sin grandes sustos (Kevin Durant, Paul George, Kyrie Irving, Klay Thompson, Carmelo Anthony, Draymond Green, DeMarcus Cousins…). Su equipo es extraordinario pero es un equipo B. A pesar de tanta estrella descomunal: son todos los que están pero no están todos los que son: LeBron James, Stephen Curry, Kawhi Leonard, Russell Westbrook, Chris Paul, James Harden y Anthony Davis, por ejemplo, son más de medio equipo que hubiera estado en Rio si todos hubieran querido o podido, según el caso. Y faltan otros cuantos, y un tercer y casi hasta un cuarto equipo que se puede formar y que parecería superior a cualquiera de ámbito FIBA ante el último torneo de Krzyzewski. Que se va y deja como relevo a Gregg Popovich: para quien crea que Estados Unidos caerá en errores del pasado, Pops es la línea roja.

Porque en realidad, ese es el gran peligro y ese es un factor que seguramente haya incidido (junto a lesiones, agotamientos y situaciones contractuales) en la plaga de bajas del Team USA 2016, aún así formidable: el riesgo es el espejo, volver a sentirse invulnerables, perder la motivación tremenda que supuso apodarse Reedem Team y trabajar para recuperar una corona que nunca creyeron que iban a perder. Eso tendría que coincidir con una no precisamente pequeña serie de catastróficas desdichas y con la aparición de otro equipo generacional en el mundo de selecciones. De la mezcla de todos esos factores podría salir otra debacle, ahora mismo casi imposible de imaginar. Porque ahora, con la mayor profundidad de talento de, tal vez, toda la historia del baloncesto NBA, vuelve a parecer que todo está en sus manos y que el reinado será suyo mientras quieren que sea así.

Porque sí, eso que vuelve a parecer puro sentido común, no era así hace tanto. Y el proceso de refundación y regreso ha sido apasionante y ejemplar, de la cura de humildad a la reeducación con el eje de ese talento que nadie más tiene para jugar al baloncesto. En Río, en apenas tres días, volveremos a comprobarlo.