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Ese sabor único de la tanda de penaltis

Eran ya las 23:29 de la noche cuando Juanfran volcó por fin la eliminatoria en favor del Atlético. Habían pasado 180+30 minutos sin gol y los penaltis se sucedían sin fallo, hasta el disparo al larguero de Narsingh, el octavo de los holandeses. La réplica le correspondía a Juanfran. Mientras iba hacia el balón pensé lo difícil que tiene que ser soportar una situación así. Esos cincuenta pasos entre el centro del campo y el punto de penalti, esa portería pequeña, ese portero grande, esa consciencia de que la eliminatoria está ahí. Y con ella, la temporada, el ser o no ser, el estar o no estar. La suerte suprema.

Juanfran marcó con la serenidad de los grandes. Un penalti no es exactamente un golpe de técnica, aunque haga falta la técnica. Es sobre todo un golpe de confianza. Juanfran la tuvo. Había quedado para la segunda tanda, tras consumir la primera a los mejores lanzadores del grupo. La ruleta del fútbol le dejó a él la responsabilidad final, el tiro que podía cerrar la noche o dejarla abierta a un cara o cruz posterior. Tiró raso, cruzado, severo, y obtuvo el premio. Cuando empezó la tanda, todos pensamos que el héroe más probable era Oblak. Pero no. Rozó algunos, no cazó ninguno. El héroe fue Juanfran.

Me gustan las tandas de penaltis. Son una lotería, dicen, pero eso sólo es ‘casi’ verdad. Hay algo de fútbol, o bastante fútbol, en ese modo de desempate ingeniado en Cádiz para acelerar el Carranza, en sustitución del cara y cruz de la moneda. La calma del que tira, los reflejos del que para, el juego de adivinación, las miradas que se cruzan... Esos largos metros caminados parsimoniosamente hacia el balón, el punto de penalti, el desafío máximo. Lo que pase ahí ya es inaplazable. No es raro que las audiencias de televisión se disparen en estas tandas. Me gusta. Y cuando acaban bien, como ayer, más todavía.