La trampa eterna guiada por ‘la mano de dios’
Me hallaba inundado por una marejada de dudas cuando me senté a escribir esta entrada. La primavera luce tantos atractivos en el ciclismo (y no sólo en el ciclismo), que es difícil resistirse a su seducción. Ahí está el Tour de Flandes, quizá la mejor clásica del calendario, con esa enorme victoria de Alexander Kristoff: la décima en esta temporada y quinta en una semana. Aún recuerdo alguna crónica que ninguneaba al noruego tras ganar la Milán-San Remo 2014: qué dura puede ser la hemeroteca para los que nos dedicamos a informar. Y ahí tenemos también el arranque de la Vuelta al País Vasco, que este año me produce una añoranza especial: es la primera sin la compañera Teresa Olano. Se te echa de menos, Teresa.
Pero en los últimos días, esta primavera se ha ido impregnando de otras noticias ciclistas que me han empujado a escribir sobre capítulos menos atractivos para el aficionado, a exponer ciertas reflexiones que posiblemente no le van a gustar a todo el mundo… Tinkov, Riis, Vicioso o las bicicletas con motor aparecen como una procesión de nubarrones negros en esta semana de pasión. ¿Adónde rueda el ciclismo? ¿Qué senda sigue el deporte profesional?
Hace una semana, cuando publiqué mi último post, Oleg Tinkov ya había decapitado la dirección técnica del Tinkoff-Saxo con el despido de Biarne Riis, con unas formas que nos recordaron más a las de otros personajes como Jesús Gil o Dimitri Piterman. No es necesario, señor Tinkov, que copie usted las malas maneras de otros deportes, que bastantes defectos madura ya el ciclismo por sí mismo. Para justificar la limpia, el magnate ruso presentó un ideario en el que destacaba una frase: “Saiz, Bruyneel y Riis son el pasado”. Si se hubiera referido sólo al dopaje, el titular habría sonado bastante decente, si no fuera también porque en su organigrama mantiene otros nombres con precedentes: De Jongh, Julich, Vila... No iban por ahí todos los tiros. El banquero apuntaba más alto: a la gestión que limita a los equipos ciclistas a depender económicamente de un patrocinador. Es decir: de empresarios a veces tan caprichosos como él.
Ay, señor Tinkov. El debate, como le vino a recordar el propio Bruyneel en las redes sociales, puede disfrazarse de novedoso, pero es viejo y rancio. El mismo Saiz impulsó el ProTour para dar más poder a las franquicias, que luego se han demostrado tan dependientes del dinero ajeno como cualquier equipo de antaño, y para aumentar la competencia en las carreras. Y se adornó con un Código Ético que sus mismos redactores incumplían para maquillar lo de siempre. Antes de Saiz o de Bruyneel, hubo otros... Incluso Santiago Revuelta, el patrón del Teka, retiró al equipo en la salida de la Vuelta a España 1981 en Santander porque Enrique Franco no soltaba la suficiente guita. Los organizadores siempre han sido poderosos. Y lo siguen siendo.
Que los grandes ciclistas coincidan más en las más grandes carreras, la idea principal difundida por Tinkov, sí es un planteamiento digno de valorar y de estudiar, pero debe estar seriamente regulado para que después el más listo de la clase, llámese LeMond o Armstrong, no dedique la temporada a preparar una sola carrera y avasalle a sus ilusos rivales en el escenario más ilustre.
En julio del año pasado coincidí en unas jornadas que organizó el CSD en Santander con Luis García Abad, el mánager de Fernando Alonso. En una conversación informal durante un desayuno, de la que luego publiqué una página en AS, García Abad me habló de la necesidad de que los equipos ciclistas fueran rentables por sí mismos. Era un discurso coincidente con el actual de Tinkov, la misma idea de siempre, aunque en ese caso me mostré más receptivo por venir de otro colectivo, la Fórmula 1, que posiblemente podría aportar ideas nuevas sin la contaminación que pueda tener la gente que se ha criado en el ciclismo. Aquello quedó en otro chasco. El equipo de Alonso no se hizo, sin ofrecer ninguna explicación y sin aclarar sus motivos. Y eso que la charla que dio aquel día García Abad en la Universidad Menéndez Pelayo versó sobre la falta de contraste en las informaciones periodísticas. Con tirón de orejas incluido. Cuando se apuesta por el silencio o el oscurantismo, como resultó patente con el nonato equipo ciclista, o incluso recientemente cuando el doble campeón del mundo sufrió un grave accidente, es difícil que la prensa pueda contrastar o aclarar nada. Digo difícil, aunque no imposible, porque sí es nuestra obligación intentarlo.
Seguramente sí existan fórmulas para que los equipos generen sus propios recursos, que vayan más allá de la reivindicación de un trozo de la tarta televisiva (otra vieja y sobada idea). Pero para ello habría que empezar por infundir confianza a las empresas y a los potenciales clientes. Que Ángel Vicioso gane una carrera a los casi 38 años, justo dos años después de haber estado ‘toreando’ a la juez de la Operación Puerto para no presentarse a declarar durante el juicio, no es precisamente la mejor semilla. Hasta la Guardia Civil tuvo que acercarse a su casa a preguntar por él. Tampoco se hubiera perdido gran cosa sin su declaración, la verdad, porque se limitó a decir que sólo llamaba a Eufemiano Fuentes para pedirle consultas gratuitas, a veces en bares, pero nunca le dio medicinas, sino “algún Fortasec o Aspirina”. Y no ha pasado nada: ahí sigue Vicioso ganando carreras. Sé que para muchos su triunfo en el GP Indurain fue heroico, tras haberse roto un fémur en el Giro 2014. Y quizá lo sea. Pero las farsas anteriores son un velo que nublan esos méritos, que hacen perder la fe en tantas bellas historias que nacen del ciclismo. El cuarentón Chris Horner y su Vuelta 2013 son otro buen ejemplo.
Un recurso que sí han encontrado y fomentado los equipos en la última época son los patrocinios de las marcas de bicicletas, que antes sólo aportaban material y ahora invierten mucho dinero en el ciclismo profesional. Pues bien: tampoco las bicicletas van a quedar limpias de sospecha. En esta última semana hemos leído en L’Équipe, un medio de contrastado prestigio, un testimonio que denuncia que existe un dopaje tecnológico a través de unos motores incorporados a las máquinas. Hacía cinco años que ya se hablaba de esa posibilidad, que la propia UCI también admite y desde un tiempo persigue. La noticia me ha trasladado a los años 90, cuando los que seguíamos el ciclismo oíamos hablar de una sustancia indetectable, de una pócima maravillosa que nadie había visto, que todos negaban… Cuestión de magia y de magos. Hasta que de repente, en 1998, un coche del Festina fue detenido con el maletero rebosante de EPO. Hay gente que me insiste en que el dopaje tecnológico es fantasía… Pero yo me quedo con el runrún, expectante y vigilante, porque las fantasías del ciclismo muchas veces son cuentos que se hacen realidad.
En esa búsqueda eterna de la credibilidad, los nuevos motorcitos tampoco van a ayudar mucho. Eso sí, dudo que, si definitivamente existen, hayan llegado nunca a la generalización que supuso la EPO. Quizá sea el momento, por qué no, de reconocer que la trampa es una compañera inseparable del ciclismo, con vestimentas muy diferentes que han ido cambiando a lo largo de los tiempos, a mayor o menor escala. El Tour de Francia de 1904 excluyó a sus cuatro primeros clasificados por usar transportes ilegales; los hermanos Pelissier confesaron al periodista Albert London en los años 20 que tomaban cocaína para resistir; en 1962 hubo una retirada masiva por “unas truchas en mal estado”; el 13 de julio de 1967 falleció Tom Simpson en el Mont Ventoux por el fatal efecto del calor y las anfetaminas… Incluso una vez me hablaron de un director que tenía dislocado un hombro de tanto remolcar filas de ciclistas desde el coche. Y así podemos seguir hasta el infinito.
El ciclismo es uno de sus principales exponentes, se ha ganado a pulso la desconfianza, pero el problema va mucho más allá. Se llama profesionalismo, exigencia, presión, dinero, competencia, negocio… Estoy seguro de que mañana vendrá el graciosillo de turno, me dará un golpe en la espalda y me dirá: “Qué tramposos son estos del ciclismo”. Probablemente será alguien que ya ha convertido en leyenda el gol marcado por la mano de dios en un Mundial de fútbol (y tanto se le fue la mano que acabó dando positivo por cocaína años después); o que ignora aquel “bello, bello” de un Balón de Oro mientras le colocaban una vía en su brazo izquierdo; o que prefiere olvidar que el mal de Gehrig (el nombre de un jugador de béisbol, por cierto) ha matado a numerosos futbolistas que se medicaron con corticoides… Podría hablar también de los amaños de tantísimos partidos o de tantísimos combates, o de las mafias y las apuestas en el tenis, o de los motores trucados en los deportes del verdadero motor… La lista sería interminable y su denominador común, sólo uno: el deporte profesional.
No quiero avanzar mucho por ese camino porque siempre he pensado que aquellas personas del ciclismo que utilizan el “y tú más” y esparcen el ventilador con la basura, son unos hipócritas que no quieren admitir ni solucionar sus propios males, la enfermedad o la adicción que está acabando lentamente con ellos mismos. Pero, dicho esto, al menos tan hipócrita me parece aquel que quiere ver la trampa exclusivamente en el ciclismo y en algún otro deporte agonístico. La trampa es eterna, variopinta y universal. A no ser que sea producto de ‘la mano de dios’: como aquel famoso gol que no fue trampa, sino leyenda.
PD: No entiendan la palabra dios en minúscula como una errata o una irreverencia. Simplemente, no quiero implicar a divinidades tan altas en polémicas tan terrenas.