Casillas, Cristiano y el círculo central
Casillas no estuvo bien anteanoche, él mismo lo reconoció después. Pudo hacer más en los tres primeros goles, aunque luego enmendó algo su noche con dos paradas en los momentos críticos, cuando el Madrid estuvo a punto de despeñarse. No estuvo bien, decía, pero al final tuvo un bello gesto, cuando instó al equipo, en función de capitán, a acudir al centro del campo en una especie de petición de disculpas. El partido fue tan extraordinariamente malo, el disgusto de la afición era tan grande, que encontré apropiado ese gesto extraordinario. Un mínimo desagravio, un intento de expiación. Me gustó.
Cristiano estuvo mejor que Casillas. No es que hiciera un gran partido, pero sí marcó dos goles importantísimos, que secaron el 0-1 y el 1-2 sucesivamente, y que a la postre mantuvieron al Madrid a flote en su competición favorita. Con esos goles, Cristiano lleva 75 en la competición, récord compartido con Messi. En el Madrid lleva ya 293 goles en cinco años y medio. Este curso lleva 41. Es un jugador fabuloso, aun cuando está a medias. Pero su gesto final, su renuencia a seguir la iniciativa del capitán, resultó muy feo. Una vez más, pareció que tiene un ombligo tan grande que no le deja percibir ninguna otra realidad.
Anda enfadado, más que nadie. Se le vio en el gesto tras el primer gol, en esos comentarios con Benzema captados por la cámara, en su negativa a hablar con la prensa, lo que equivale a negarle la palabra a la afición. Tiene dentro lo del cumpleaños, donde sufrió críticas que no entiende. Pero es que por desgracia no resultó oportuna y la fiesta privada deja de ser privada cuando los invitados la agitan en las redes. Pero no es una cosa ni otra ni otra, sino todas juntas. Cristiano piensa demasiado en sí mismo y eso le empuja con frecuencia hacia el despecho. Y el despecho es el sentimiento que peor aconseja.