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El tractor aerodinámico

La fuerza. El Barça se parece a un cuadro de Miró, busca el ritmo como parte de su obligación futbolística, la belleza. Es el aire del fútbol lo que exhibe; sus futbolistas son un poco ridículos (como Luis Suárez) cuando se empeñan en competir con las mismas armas del Atlético, cuya divisa es la fuerza. A mí me parece el Atlético a aquel personaje de Vicente Soto, el recordado escritor español que vivió en Londres, que andaba como si tuviera plomo en los zapatos, pero que ejercía el paso con la voluntad de un niño pesado. Lo siento: no me parece aéreo, sino fortachón el equipo madrileño al que tanto admiro: hasta Mandzukic, que debería ser un ariete aéreo, es de piedra, como un futbolista tozudo; y no sólo no es elegante, sino que lo evita. El resultado es un combate que los saludos del final convierten en un simulacro retrospectivo.

La busca. Es una novela de aventuras el Barça actual; se mira al ombligo a veces, como si hubiera ráfagas en que siguiera dirigido por Guardiola y se sintiera confiado, capaz de superar, con un golpe de milagro, la tremenda fortaleza de ese tractor aerodinámico; le tengo mucha simpatía al Atlético, debe ser por mis amigos atléticos; porque representan sus futbolistas, en realidad, todo lo que yo rechazaría en la vida cotidiana: son broncos, ruidosos, hacen faltas de las que reniegan, de modo que tan sólo aceptaron que era falta el penalti que, al final, de rechace resultó gol; hasta ahí, el portero atlético, que tiene el noble nombre de la oblea, se hizo fuerte, como la mano de un tractor, y estuvo a punto de frustrar el exiguo remanente azulgrana. Pero ahí estaba Messi, que es el aire, tan profundo como el aire, que diría el poeta Jorge Guillén, y mandó a la red en el penúltimo suspiro el balón que siempre se resistió ante el tractor incansable. Fue la del Barça una tremenda busca, agotadora, como si todo el equipo estuviera salpicado de la viruela atlética.

Mascherano. En un momento del juego le escuché decir a los barcelonistas del Carrusel que Mascherano era un héroe, y que incluso Dani Alves había superado el sarampión reciente. Lo cierto es que esos dos jugadores resultaron los elementos primordiales de la estricta victoria azulgrana, y esa es una señal no exactamente definitiva, pero sí promisoria, de un cambio de actitud azulgrana: al contrario de lo que suele suceder, la defensa actúa como un baluarte que crea. Ante el tractor aerodinámico, liberada de las sevicias de partidos coperos en los que sólo decide el segundo partido, el Barça de aire puede vencer al equipo aerodinámico, cuya ambición de tractor persigue eficacia y no ataque o belleza; en Madrid tendrá que jugar a ganar, y entonces el Barcelona tiene delante jugadores que, si se sirven de lo que viene de atrás, puede ser más letal que un tractor aerodinámico. En un momento de la vida, y por tanto del fútbol, la brisa es más efectiva que el arañazo. El Atlético está condenado a ser mucho mejor para ganarle a un Barça que ya está herido y en el que Messi ha de marcar siempre más que el otro, y en este caso el otro es todos los otros. Prepárense, este Messi tiene un aire que ya no es el de antes, y una vez lo detienes, como hizo anoche Oblak, pero dos veces no.

Los exiliados. Simeone y el Mono Burgos, los técnicos rojiblancos, son futbolistas exiliados. Luis Enrique también sigue siendo un futbolista, pero el fragor del combate interno de su club lo ha dejado fuera de juego, y le ha prestado los trastos de dirigir al equipo propiamente dicho. El resultado fue una batalla interesante entre el tractor y el aire. En la primera cita, ganó el aire...