Aquel sonido victorioso en las radios... y el Campeonato del Mundo de Fútbol
Ha muerto Alfredo Di Stéfano. No es una sorpresa mayúscula, pero sí produce un dolor mayúsculo. Especialmente entre los de mi generación, diez quintas arriba, cinco quintas abajo. Di Stéfano fue, antes que nada, un sonido victorioso en la radio. En la España pobre, aislada, envejecida y volcada en sí misma de la segunda mitad de los años cincuenta hubo algo a que agarrarse: el Real Madrid, la Copa de Europa, esos remotos partidos en Belgrado, en Viena, en Milán, en Bruselas, en Glasgow... La vieja, firme y prestigiosa Europa sólo se inclinaba ante nosostros si andaba por en medio el Real Madrid. Y Di Stéfano.
Aquel Real Madrid, decía, era un sonido victorioso en la radio. Y hoy es el día de decir, sin exageración, que la palabra de Di Stéfano sonaba como un trueno, como un latigazo, como algo definitivo a lo que agarrarse. Para entonces uno era un niño, que no sabía bien de qué hablaban los mayores (mi padre, mis tíos, mi hermano) pero aquello destilaba la intuición de que con Di Stéfano por medio nada podía salir mal. De hecho, nada salió mal en cinco años consecutivos, la segunda mitad de los cincuenta, en los que España andaba a contrapié en todo. España iba al revés, el Real Madrid iba al derecho.
Fue un jugador excepcional, lo podemos decir quienes le vimos. Fue excepcional porque hacía lo de varios. Bajaba a cortar, empezaba a armar en la zona del medio centro clásico, modelo Xabi Alonso de hoy. Luego le daba sentido al juego, con ingenio, visión, técnica y elegancia comparables al Zidane de ayer o al James Rodríguez de hoy. Y era terminante arriba, como Ronaldo, ‘El Gordito’. Pelé, Maradona y alguno más podían hacer cosas con el balón que él no hizo. Aunque era muy largo en técnica, no tenía el punto preciosista de ellos. Pero a la hora de echar a pies, le hubiera elegido antes.
Esa vida, ese ejemplo, se apagaron ayer entre los cuartos y las semifinales de la Copa del Mundo de fútbol. Su nostalgia. Nunca llegó a jugar ni un minuto en esta competición, por una suma de circunstancias desdichadas. En 1950, Argentina no participó, desairada por habérsele concedido la organización a Brasil y él ya estaba fugado en Colombia. Lo mismo vale para 1954. En 1958, España no se clasificó por culpa de un desdichado empate (2-2) ante Suiza, en Chamartín, que a la postre resultaría decisivo. En 1962 Di Stéfano acudió a Chile con España, pero una lesión le impidió jugar un solo minuto.
Bernabéu también falleció en plena Copa del Mundo. Ocurrió cuando arrancaba la edición de 1978. Ya se había jugado el partido inaugural, pero en los restantes partidos de la primera jornada se guardó un minuto de silencio, homenaje a aquel hombre, un visionario que empujó al fútbol mucho más allá del punto en que lo encontró. Bernabéu tuvo mucho que ver en el éxito de la Copa de Europa en sus inicios. Aquello le dio al fútbol un impulso definitivo, decirlo no es ninguna exageración. En aquello tuvo mucho que ver Bernabéu, pero Di Stéfano tuvo una parte de cuota importantísima.
Supongo, espero, que en estas dos semifinales, al menos en la de Argentina, y a ser posible en las dos, haya un recuerdo para Alfredo Di Stéfano. No jugó ni un minuto en un Mundial, pero ya es hora de que lo juegue. Ninguno de los implicados en estos dos partidos puede ignorar, si está medianamente informado, que Di Stéfano ha aportado mucho para que el fútbol sea hoy lo que es. Pisó las dos orillas, trajo a Europa el embrujo platense, asumió la disciplina táctica y física del fútbol de la vieja Europa. Cosió las dos orillas del fútbol en su estilo, mitad artista, mitad guerrero. Merece el mayor reconocimiento.