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Una Liga entre la rutina y el sobresalto

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Sesenta-sesenta-sesenta, triple empate en cabeza, en un ritmo de puntuación extraordinario. Recuperado del tropiezo en Almería, accidente teixeriano, el Atlético despachó al Valladolid con facilidad. Y el Barça, al Rayo. Y ayer, el Madrid, al Getafe, con un nuevo brillante gol de Jesé, compañero de otros dos, también bonitos, de Benzema y Modric. Partido sin emoción, en el que la mirada se iba a veces a esas gradas tan poco pobladas. ¿Cómo vender bien las transmisiones de nuestra Liga por ahí fuera, si ponen la tele y ven que ni a nosotros nos emociona? Envidié los llenos de Inglaterra y Alemania.

La monotonía de la Liga se sobresaltó en Vila-Real, cuando un trastornado lanzó una bomba de gas lacrimógeno al campo y provocó una larga interrupción. Esto es un salto de escala. Un mechero se lleva encima, y si además también se llevan encima malos instintos peor controlados puede ocurrir que se lance, en un rapto de cólera. Eso es malo, muy malo. Pero proveerse de un artefacto así, de difícil adquisición, ir al campo de fútbol y lanzarlo, ya es otra cosa. No se puede relacionar con el fútbol y con los grados de excitación que sus peripecias provocan. Es asunto mayor y exige un tratamiento a fondo.

Aquí han fallado controles. Primero: esos artefactos no pueden circular, su presencia y tutela en España corresponden a lo que conocemos como el ‘derecho del Estado al monopolio de la violencia’. Hay unas culpas que depurar si cualquiera puede llevar uno encima. Segundo, alguien entró en El Madrigal con ello, cosa que también se debe impedir. Y no consiste en cerrar el campo y hacer caer las consecuencias sobre pacíficos aficionados que han pagado su abono, sino de localizar al trastornado y a la cadena de responsables de que esto haya ocurrido. Y castigar a cada uno en su proporción.