El Racing: hartos ya de estar hartos...
Anoche se produjo un hecho extraordinario: los jugadores del Rácing se negaron a jugar su partido de vuelta en la Copa, ante la Real. Venían con una derrota de la ida, 3-1, pesada, pero abordable. Venían de eliminar previamente a dos primeras, el Sevilla y el Almería. Este Racing que sufre en Segunda B, muy por debajo de su rango histórico (fue uno de los diez iniciadores de la Primera División, allá en el lejano 1929), ha recobrado protagonismo nacional por ese ejercicio de dignidad colectivo, en el que jugadores, afición y ciudad entera han estado de acuerdo. Un gesto que nos debe hacer pensar.
Un gesto de rechazo a la impostura de esa gente sin ideas ni maneras, sólo con contactos con otros que son como ellos mismos. No hace mucho se produjo una escena desagradable y excesiva contra el palco que okupan, un conato de asalto. No me hizo feliz. Me gustó más lo de ayer, esa liturgia de acudir al campo, vestirse, formar frente a la Real, esperar el pitido del árbitro y acudir al círculo central a reunirse, brazos cada cual sobre los hombros de otro, ante el aplauso de la afición, frente a unos colegas que les respetaron, que se pasaron el balón entre sí hasta que el árbitro neutralizó el partido imposible.
Hace años que le pasan cosas malas al Racing. Le pasan en el palco. Viene a ser una metáfora de lo que está ocurriendo en este país, y no sólo en este. Unos cuantos se reúnen, si no es en un campo de golf es en un palco de fútbol, intercambian favores e influencias y miran hacia abajo con un desprecio creciente. Pasa, pasa demasiado. Y porque pasa demasiado pasó ayer lo que pasó: que afición y jugadores se unieron frente a un palco fantasmal, a pesar de todas las recomendaciones bien pensantes que sugerían otras vías de protesta. ¿Cuáles? Mejor fue lo de ayer que el asalto al palco.