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¿Hay aventuras entre las multitudes?

El tránsito de un año a otro y los primeros días del nuevo vuelven a ser ilustrados con antagónicas imágenes, por un lado de veleros luchando contra los temidos mares del Sur y por otra de motos, coches y camiones peleándose con áridos paisajes. Pertenecen a la regata Sidney-Hobart, que se inicia el día 26 de diciembre, y el rally Dakar, en plena competición estos días; dos desafíos deportivos con solera que organizadores y gran mayoría de medios insisten en asociar con la Aventura. En realidad hace tiempo que la publicidad encontró una buena veta en el aroma que desprenden muchas actividades y que tratan de asociar, con fines comerciales, con el espíritu de aventura que muchos llevamos dentro. La regata que une los puertos australianos de Sidney y Hobart, en la isla de Tasmania comenzó, allá por 1945, como un cierto pique entre amigos amantes del mar para convertirse hoy en una de las más importantes de cuantas se celebran en el mundo. Un prestigio sobre todo cimentado sobre la dureza que puede llegar a ofrecer, como bien demostró la competición de 1998 donde una tormenta brutal hundió cinco barcos y causó la muerte de cinco participantes. De los 115 veleros que partieron de Sidney sólo llegaron a Hobart 44. Y es que, por encima de los adelantos tecnológicos, sigue teniendo un innegable componente de aventura lanzarse a uno de los peores mares del mundo a bordo de un velero.

Por su parte, el Dakar fue el sueño de Thierry Sabine, hecho realidad en 1977. Sabine se había perdido con su moto en el desierto de Libia durante un rally. Tras ser rescatado in extremis, volvió a su Francia natal fascinado por los paisajes que había visto y decidido a convertirlos en el marco de una competición que fuese, en sus propias palabras, un “desafío para los que parten y un sueño para los que se quedan.” Hoy parece bastante evidente que de aquel espíritu apenas conserva el nombre (bastante anacrónico pues se corre en Sudamérica tras abandonar África por la amenaza integrista), envuelto por una omnipresente parafernalia comercial y mediática que confunde Aventura con otra clase de deportes y experiencias, por supuesto nada desdeñables. Pero exprimir la resistencia de mecánicas y participantes hasta llevarlos al límite de sus fuerzas, como varios de ellos han confesado que está ocurriendo en esta edición del rally Dakar, se acerca más a un circuito automovilístico que a la experiencia sublime que desprende un paisaje en el corazón árido de Sudamérica. Ese sentimiento tiene que ver con la belleza, la soledad, las emociones compartidas, lejos del ruido y las multitudes. Buscar el riesgo en aras del espectáculo nada tiene que ver con asumir el riesgo que conlleva adentrarse en territorios salvajes. La Aventura es otra cosa.