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Esas malditas bolsas de sangre...

Esas malditas bolsas de sangre... Las preguntas del noruego Heiberg y del joven inglés Pengilly nos hundieron el dedo en la llaga que duele: el dopaje, la Operación Puerto... España ha dado mucho el cante en materia de dóping, hay que admitirlo. Lo he comentado una y otra vez: cada vez que hablas fuera de España del deporte español, aparece la sospecha infamante. No es justo con la realidad actual de nuestros deportistas, es un problema parcial y controlado, pero todavía marca la forma en que nos ven fuera. Cada vez que Madrid ha querido organizar los Juegos Olímpicos ha chocado con eso.

Tendrá que pasar un tiempo de conducta ejemplar para que se nos deje de ver así, pero aún ocurre. Ayer estábamos tan contentos con la candidatura, con la presentación, con el arrebatado alegato de la alcaldesa, con la esmerada y estelar presentación del Príncipe. Con el apoyo de Barcelona a la causa de Madrid, desde Gasol a Messi, pasando por el alcalde barcelonés y otras personalidades del deporte. Veíamos todo bien cuando esas preguntas de Heiberg y Pengilly nos enfriaron el entusiasmo. Para mí, fue como recibir una patada en un cardenal. A todos los españoles en la carpa de prensa se nos agrió el gesto.

Madrid era una candidatura buena y bien presentada. Se trabajó bien, el grupo dio una sensación de solidez y de cariño al deporte. Teníamos, además, el mérito añadido del pretendiente que insiste, que olvida el desaire. Pero a la primera caímos, en desempate con Estambul, que venía como cenicienta. Nos enfrentábamos a dos candidaturas con lastres muy serios: la radiactividad y la inestabilidad. Pero resulta que el mayor de todos los lastres era el nuestro. Tal vez sólo sea un pretexto. Ganó Japón que puso el dinero por delante mientras que nosotros íbamos con la austeridad como virtud. Y el COI es todo menos austero.