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El regalo que más ilusión hace a los niños guipuzcoanos es la camiseta de la Real. No cabe discusión. Niños que hoy lucen orgullosos esos colores azul y blanco mientras ensayan en la playa de La Concha la chilena con la que Griezmann asombró a toda Europa en Lyon. Hasta el partido de Gerland esas eran acciones reservadas para Cristiano, para Messi. Pero no. Fueron Griezmann y la Real los que estuvieron en boca de todos por su descomunal partido de Champions, como si de un grande de Europa se tratasen.

Y es que haber mantenido ese espíritu de familiaridad y orgullo cuando el club bajó de categoría es lo que realmente ha hecho fuerte a un club modélico. Cuatro años después de aquello, con nueve jugadores en el once de Gerland que habían defendido la misma camiseta pero en Segunda, las estrellas de la Champions les esperaban agitándose más brillantes que nunca. Un lujo. Un orgullo. Un premio. Falta la vuelta en Anoeta para que además sea una realidad. Ojalá.