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Fue bonita la presentación de Illarra

Fue bonita la presentación de Illarra. “Vengo de un pueblo de cinco mil habitantes y están flipando”, dijo. Viene de un pueblo de cinco mil habitantes, sí (Mutriku, una preciosidad), y se encontró con cinco mil asistentes a su presentación. Y no vino solo: le acompañó ‘la cuadrilla’, como se dice por allí arriba, el grupo de amigos con el que se transita de la adolescencia a la juventud. En total, 31, un grupo alegre que ayer vivió la aventura de uno de los suyos como propia. El de ayer fue un día que quedará en los anales de Mutriku, el día que uno de los suyos conquistó la capital del Reino.

Es un buen fichaje, con un solo pero: la cantidad. Una cantidad que el Madrid puede permitirse, desde luego, porque el Madrid puede permitirse casi todo. Una cantidad estupenda para la Real, que ha sabido aprovechar a fondo la espontánea cuanto tardía inclinación de Florentino a fichar españoles. Y también para el Mutriku, al que le corresponde un porcentaje que les arregla el presupuesto para diez años.Pero el precio del traspaso es el segundo número que lleva un jugador en la espalda. Aunque no se vea, el aficionado lo tiene presente cada vez que lo mira. Y eso puede ser un lastre.

Por suerte, tendrá al lado a Xabi Alonso, que ya le ha dado buenos consejos. Esa es una ventaja para Illarra, que viene a continuar una cierta tradición de guipuzcoanos en el Madrid, sólida, aunque poco comentada. Guipuzcoanos fueron Alberto Machimbarrena y Sotero Aranguren, los dos pioneros representados en la célebre estatua de los vestuarios. Como lo fueron los hermanos Gabriel y Juanito Alonso, éste el portero de las primeras Copas de Europa, con Di Stéfano. Y Araquistain, que fue el portero de la Sexta, la de los ye-yés. Illarra llega a tierra amiga. Pero ese precio...