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No costaba nada haberse dado a ver

Volvió La Roja de Brasil y había un buen grupo de buenas gentes esperándoles para darles un aplauso y, a ser posible, sacar algún autógrafo. Pero ellos prefirieron salir por otro lado y creo que hicieron mal. No tienen nada que temer, ni nada que rechazar, ni motivo alguno para no dejarse ver. Han perdido en Maracaná, ante Brasil, no pasa nada. Tienen margen para eso. No van recorrer todo Madrid en autobús descubierto jaleados por una multitud, como cuando ganaron, pero tampoco es para que regresen como furtivos, saltando por zonas privadas de avión a furgoneta o a otro avión. No me gustó.

No hay que avergonzarse de perder si se han hecho las cosas bien, y España las ha hecho, al menos hasta cierto punto. Llegar a la final de algo como la Confecup es bastante más de lo que solíamos conseguir años atrás. Perderla ante Brasil y en Maracaná no es tanto desdoro. Bien mirado, hay paliativos. Un gol muy rápido al empezar cada tiempo, la chamba de David Luiz para evitar el 1-1, el arbitraje permisivo de Kuipers, el penalti fallado por Sergio Ramos (una concesión cuando ya perdíamos 3-0). Y era Brasil y era Maracaná. No hay de qué avergonzarse, no hay por qué esconderse de la buena gente que esperó.

En fin, un disgusto mal digerido. España lo venía ganando todo y esa voltereta ha afectado al equipo. Una derrota así crea dudas. Dudas sobre los nombres, dudas sobre el estilo... Dudas razonables. De Brasil sólo unos cuantos vuelven por encima de toda sospecha: Sergio Ramos (más allá del penalti), Piqué (más allá de su expulsión), Busquets (más allá de su fatiga) e Iniesta (impecable)... y quizá algún otro. Pero cualquier duda que pueda afectar a este equipo soberbio no debe alterar la verdad esencial: es muy querido por la gente y merece el mayor agradecimiento. ¿Por qué, entonces, esconderse?