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Sugoi Uriarte, Gómez Noya y el fútbol

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El llanto de Sugoi Uriarte el domingo, cuando se quedó sin medalla por una decisión que no le pareció justa, expresa mejor que nada el drama de estos deportistas que se lo juegan todo a unos pocos días cada cuatro años. Deportistas de especialidades sin público y sin notoriedad, sobre los que la luz sólo recae cada vez que hay Juegos Olímpicos. No importa que, como Uriarte, tengas una plata mundial y un oro europeo. Poca gente se entera de eso, solamente los JJ OO permiten a esos héroes anónimos mostrarse, predicar su deporte, sentir que tantas horas de trabajo silencioso se ven compensadas.

Acuden a los JJ OO con esa presión: o ahora o nunca, o al menos no hasta dentro de cuatro años. Devotos de sus deportes, piensan no sólo en su éxito personal, sino también, o principalmente, en el crecimiento de su deporte en su país, que depende de ellos, de lo que hagan en los pocos minutos en los que pueden contrastar su preparación y su destreza con un rival. Y luego está la historia personal, la deuda moral y afectiva con el entorno íntimo, que en el caso de Uriarte era grande: su ilusión era llevar las flores del podio a su madre, fallecida hace un año, tras batirse duramente con la vida.

Esa forma dramática de enfrentarse a la competición es lo que explica, aunque no justifique, la mirada oblicua de muchos de ellos hacia el fútbol, tan consentido. Lo digo por el ataque de ayer de Gómez Noya al fútbol. El fútbol acapara atención, dinero y mimos, los futbolistas fracasados aquí tienen enseguida posibilidad de revancha, pero no es un deporte degradado. Es un estupendo deporte que se diferencia de otros en que gustó a mucha gente desde muy pronto. Por eso los futbolistas tienen notoriedad y dinero. Pero son deportistas, tanto como lo puedan ser los que sufren el anonimato.