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El fútbol español en el túnel del tiempo

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Cayó La Rojita y cayó con estrépito. Dos derrotas, ningún gol, bronca final, sentimientos equívocos. Pésimo partido el primer día ante Japón, malo ayer en el primer tiempo para en el segundo ir a mejor hasta desarbolar a Honduras, sin suerte. Si la primera mitad se saldó con tres remates de Mata con peligro, la segunda fue una sucesión de llegadas, palos, paradas de Mendoza, remates pifiados... y dos penaltis que el venezolano José Soto, un pésimo árbitro, nos negó. Total, partido y medio de suspenso, medio partido de sobresaliente y un tercer partido, ante Marruecos que ya no sirve para nada.

Íbamos a comernos el mundo y nos volvemos así. A mí me recordó viejos tiempos, cuando estas cosas eran norma en las grandes competiciones de nuestra selección de fútbol. Siempre esa mezcla de jugar mal y de mala suerte, esa alternancia entre el despiste y el heroísmo tardío, y siempre, siempre, siempre, los lamentos finales. Por un gol anulado a Adelardo, por un tiro milagroso de Emmerich, por el nogol de Cardeñosa, por el gol de Michel que escamoteó Bambridge, por la nariz rota de Luis Enrique, por el penalti de la tanda fallado por este o por aquel. Por el contubernio judeomasónico.

Fue un salto atrás, un recorrido por el túnel del tiempo que nos sirve para recordar que no todo ha sido siempre tan bonito, que hemos vivido hechos excepcionales y que hay que estar preparado para cuando terminen. Eso sí, nos queda Brasil, como en los viejos tiempos. En fútbol, digo. Porque nos queda mucho más. Nos quedan el baloncesto, el balonmano, el waterpolo, el hockey, la sincronizada... y tantos deportistas individuales que se están batiendo ya el cobre o se lo van a batir en toda clase de disciplinas. La Rojita sólo era una gota en este océano. Pero una gota de sangre.