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1.300 años de la batalla de Guadalete

Tan aficionados como somos últimamente a conmemorar todo aniversario de acontecimiento histórico que pase por nuestro calendario, resulta llamativo que un hecho que acabó determinando nuestra historia durante casi ochocientos años parece estar condenado a pasar desapercibido. Y es que un 19 de julio de hace 1.300 años un ejército procedente del norte de África se enfrentaba a las huestes visigodas del rey Rodrigo en las orillas del río Guadalete. El bueno de Don Rodrigo no estaba precisamente en un buen momento vital. Llevaba tiempo combatiendo con los herederos del anterior rey, Witiza, por la corona cuando le llegó la noticia del desembarco de una hueste bereber que, al parecer, llegaba en ayuda de sus enemigos. A toda prisa, se dirigió hacia el sur para parar el golpe pero lo cierto es que él y su ejército se los llevaron casi todos en la batalla que se libró junto al Guadalete. Sólo se encontró su caballo, asaeteado y muerto en la orilla. Del rey nunca más se supo. El ejército africano, al mando de un señor de la guerra llamado Tariq, avanzó sin casi resistencia hasta tomar la capital visigoda, Toledo. La invasión árabe de la Península Ibérica era un hecho. Una presencia que se mantendría hasta 1492 y que marcaría definitivamente no sólo nuestra historia como país sino que también impregnaría de forma decisiva nuestra cultura, nuestras tradiciones o nuestro idioma, donde según algunos expertos contamos con cerca de 4.000 palabras de origen árabe.

Casi 800 años de conflictos bélicos, sí; pero también de intercambio de conocimientos en un clima de convivencia al que no fueron en absoluto ajenas las tres religiones monoteístas aquí presentes durante todos esos siglos. En el universo musulmán Al-Andalus sigue siendo sinónimo de lugar paradisíaco, una especie de Arcadia donde las ciencias y las artes florecían a la sombra de los califas. Y ver ese tiempo como algo ajeno a nuestra tradición y a nuestra memoria, encastillándonos con don Pelayo en los roquedos de Covadonga, parece a todas luces un craso error que además empobrece la visión de nuestro pasado. Somos unos afortunados herederos de aquella cultura venida de oriente en igual medida que lo somos de la tradición judía y cristiana y de lo que nos fue llegando desde el otro lado del océano Atlántico, entre otras muchas influencias. No se trata pues de conmemorar una batalla sino de aprovechar el aniversario para reconocer de dónde venimos.