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Los años en blanco

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Dijo Einstein que la verdadera locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Y pienso en eso mientras me siento a escribir tras la enésima decepción del Real Madrid, en este caso una capitulación histórica (e histérica) ante Bizkaia Bilbao Basket, un rival que jugó muy bien al baloncesto a partir del segundo partido (a partir del ecuador de la temporada, en realidad) pero cuya clasificación a costa de Power Electronics había puesto (recuerdo) una sonrisa de oreja a oreja en el entorno de un Real Madrid ahora escaldado tras una semana ominosa pero que fotografía con precisión la situación actual de la sección. El problema es otro año en blanco pero también la exigencia de nuevos cambios de navegación, otro regreso a la casilla de salida. Con el mando en los despachos en entredicho, sin entrenador y con las responsabilidades y los liderazgos en cancha puestos en cuarentena…

Con las excusas en vías de extinción. Y cito a Einstein y hablo de contumacia porque ya se ha argumentado y criticado casi todo lo que ahora se puede argumentar y criticar. No es ventajismo y en este blog quedó dicho desde la derrota ante el Barcelona en los cuartos de final de la Euroliga 2009/2010, después de la paliza (otra vez) ante el Barcelona en la Supercopa, cuando se marchó Messina o tras el poco decoroso papel en el regreso del equipo a una Final Four. Con la afición desunida, mosca o conformada. Porque se trata de ganar o perder pero se trata sobre todo (aunque tantas veces nos ciegue el cortoplacismo) de cómo se gana y de cómo se pierde porque eso es lo que te garantiza ganar más veces de las que se pierde… o no ganar casi nunca. El resto y lo que tantas veces confunde los análisis y cuadra las cuentas de los ventajistas es el componente azaroso del deporte: picos de forma, monedas al aire, duendes del calendario.

Es decir: el Real Madrid se ha quedado otra vez en blanco y se puede argumentar que ha estado a un partido de levantar la Copa y a dos de ganar la Euroliga, incluso a unos minutos (segundo partido, cuarto partido) de corregir un desastre y tal vez sobrevivir a Bilbao y entrar en la final ACB. Los más voluntaristas verán (han visto) brotes verdes, indicativos de mejora y luces para el futuro. Pero el hecho es que el Real Madrid ha vuelto a ser más meritorio que mariscal y que esta vez ha encontrado algunos caminos más limpios de lo habitual (ruta a la Final Four…) sólo para descubrir que éstos conducían a (otra vez) un ineludible muro hecho de plúmbea realidad. Esta temporada quizá no haya sido tanto la del regreso a la Final Four como la de la salida de Messina y el consiguiente sainete, la de las caras de disimulo y las declaraciones de cara a la galería. De todos. Han pasado muchos meses y casi un ciclo de estaciones desde aquel “nos vamos a dejar las pelotas” que siguió a una nociva exhibición de inferioridad ante el Barcelona en la Supercopa: 89-55. Era septiembre y la temporada nacía torcida. Muchas de aquellas malas caras y un puñado de aquellas cuentas maceraron hasta la marcha de Messina (empezaba marzo) y han sobrevivido hasta el abrupto final de curso. Aquel juramento no siempre se cumplió y además era un principio viciado: el baloncesto es cuestión de pelotas pero también -principal y obviamente- de pelota. De esa pelota con la que se juega (bien o mal) al baloncesto.

Otro año sin títulos, errores calcados y fallos de nueva generación: uno de los más graves no haber sabido utilizar como lanzadera la corriente de ilusión que generó el regreso de la Final Four; Uno de los más peligrosos haber vuelto a fluctuar entre pasado y futuro sin dejar nada para el presente. No sabemos (ahora: arranca junio de 2011) cuánto servirá y cuánto habría que remodelar. No se puede decir que los dos últimos años hayan sido de verdadera y sesuda (sólida) construcción. No sabemos si la apuesta será firme en los despachos y categórica en la inversión ni si la afición recuperará la ilusión o si se alcanzará alguna vez el idilio con esa Caja Mágica en la que (en las paradojas tragicómicas que acompañan a este equipo) casi nadie parecía contento pero casi nadie ganaba. Las contadas derrotas fueron, eso sí, bombas de neutrones: la de Euroliga ante Siena fue una gota intrascendente pero indecorosa que colmó el vaso de Messina. La de semifinales ante Bilbao Basket dejó al equipo a merced del brasero de Miribilla, donde se horneó hasta chamuscarse la gran decepción, el costalazo cósmico que me lleva a una pregunta realista aunque polémica que servirá para que algunos me tachen de quintacolumnista:

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¿Ha dejado de ser el Real Madrid un equipo ganador?

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Desde el nacimiento del formato ACB (temporada 83/84) el Real Madrid ha sumado ocho títulos, el último en 2007. En la última década, dos títulos en sólo tres finales. No levanta la Copa del Rey desde 1993 y en las previas al Sant Jordi nos hartamos de recordar que era la primera Final Four desde 1996 y por lo tanto la primera opción de corona europea desde Zaragoza 1995. Sabonis corona la última foto de un Real Madrid campeón de Europa y eso es regio pero sintomático. Podría parece que esa imagen está descolorida cuando lo que verdaderamente está descolorido es el presente y el concepto de la sección.

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El presente todavía es Bilbao, una hoguera de humo negro que dejó al descubierto la realidad de un Real Madrid que pedió tres partidos seguidos ante un rival inferior que finalmente jugó mejor, acumuló méritos y se ganó la final con absoluta justicia. Perder tres partidos en fila en una serie de playoffs elimina del análisis el azar o la sorpresa y deja sin excusas a la plantilla y a un cuerpo técnico superado y congelado. Lele Molin fue un muñeco de madera incapaz de activar decisiones ni en los partidos ni entre los partidos. Día tras día el Real Madrid cayó en las mismas trampas y cometió los mismos errores. Como ante Maccabi en Barcelona, la solución de Molin fue hacer poco ruido y rotar al estilo casino: cambios y más cambios en busca de un quinteto capaz de ensamblarse y resolver los problemas por sí mismo: no lo encontró. Murió con la idea heredada de no dar minutos a Vidal, Velickovic y Begic, con una gestión cuestionable de los roles que intercambian (o deberían) Felipe y Mirotic, con la habitual ausencia absoluta de respuestas ofensivas. No había plan B cuando Katsikaris devoró el A. Cuando Llull corría Prigioni frenaba y no funcionó ni juntar a los dos con Sergio ni hace coincidir durante muchos minutos a Tomic y Fischer. El problema era más de conceptos que de centímetros y los dos gigantes fueron anulados (minutos decisivos del cuarto partido) por un quinteto con Banic y Hervelle, sin pívot puro. La eliminación del Real Madrid incluye, conviene recordarlo, un 25-44 en el descanso del segundo partido, un 68-51 en el tercero y un 16-4 en los últimos cinco minutos del cuarto, el de win or go home.

Sorprendió que un equipo que ha salvado tantas batallas por su eficiencia reboteadora entregara la lucha por los rechaces en los cuatro partidos ante un rival con más hambre y más brazos (150-120 total con un tremendo 44-29 en el tercer partido, de los ¡3! Rebotes de ataque del Madrid). Pero no sorprendió tanto que el equipo blanco acumulara 16,17 y 13 pérdidas en sus tres derrotas, en las que circuló y compartió peor el balón (para la vergüenza sus 2 asistencias del nefasto tercer partido). Sobre sus lagunas habituales bailó Katsikaris: nadie (Prigioni sin piernas, Sergio sin actitud, Llull sin conceptos) pudo ni supo defender a Aaron Jackson, al que sólo frenaron sus problemas de tobillo en el primer partido. Con Tomic obligado a recibir lejos del poste bajo no hubo más recurso que el bote intrascendente y el tiro mal seleccionado (21/80 total en triples). Las fases de buena defensa no implementaron la productividad ofensiva en parte porque se corrió poco y se corrió muchas veces mal, sólo por obligación y sólo hasta que era estrictamente necesario, con el segundo partido como ejemplo evidente.

Nada de eso era desconocido y casi todo se heredó de Ettore Messina. Molin no cambió demasiado el guión entre otras cosas porque ha trabajado once años a las órdenes del de Catania. Apenas ha aportado un talante que para colmo de males ha sido maleado por la sombra de la autogestión. La eliminación ha confirmado todo lo malo que se sabía y ha amplificado los nuevos problemas que se intuían antes y especialmente durante y después del Sant Jordi: Mirotic ha dado un gran paso adelante pero no varios y Carlos Suárez ha pasado de ser uno de los más completos aleros de la Euroliga a vulgarizarse en unos sistemas que le condenaban a un simple rol de tirador abierto. El liderazgo ha cambiado de manos según conveniencia y Felipe se ha diluido, Prigioni se ha condenado y Tomic ha seguido sin defender mientras Llull ha vuelto a ser más feliz como superhéroe que como referente estable.

Por los rasguños del lienzo han asomado las rencillas: el entrenador desconfía de los jugadores y estos cuestionan la autoridad de aquel mientras se señalan entre ellos. Hay bandos y versiones, todo notorio y casi radiado en directo. A unos les molestan las exigencias de Prigioni y a otros los sistemas para Llull. Unos se quejan porque no juegan, otros porque juegan poco y algunos porque no juegan ni cuando ni como les gustaría. Todo eso ha germinado durante meses y sólo si habría aplazado si el Real Madrid, jugando igual de mal, hubiera salvado la semifinal ante Bilbao. Jugando igual de mal: este es un rasgo metido en la piel de este Real Madrid que casi nunca ha jugado ni demasiado bien ni todo lo bien que podría. Ha hecho buenas defensas y hasta ha protagonizado alguna remontada para las hemerotecas (Siena, Top 16) pero su nombre ha sido la mediocridad y una pobreza llamativa en el juego de ataque, donde ni se han tenido todas las piezas ni se ha optimizado las que se sí se han tenido. Y ese ha sido el guión de todas las derrotas y de muchas de las victorias. Poco baloncesto, optimismo cogido con alfileres.

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Las decisiones, otra vez

Lo más nocivo ahora que toca dormir al raso y volver a la planta baja sería la confusión. Conviene atajar el desconcierto y abreviar la (necesaria) visita al diván del psiquiatra. Hay que filosofar y trabajar al mismo tiempo y hay que tener la energía suficiente para ventilar y ver libertad y oportunidades donde amenazan con acumularse problemas y fantasmas. Sin entrenador hay que generar una identidad y esa puede que sea la peor herencia de la era Messina / Molin: no se ha sembrado lo suficiente como para justificar la falta de cosecha por mucho que el Real Madrid tenga una base de plantilla joven y muy interesante. Messina no era en el actual estadio de su carrera un entrenador para forjar un proyecto a largo plazo. No llegó con esa idea y tuvo que adaptarse a un nuevo guión sin demasiada convicción. No sirve para nada apostar por Messina pero racanearle un puñado de peticiones por mucho que tampoco salga limpio el italiano, rígido hasta la tozudez y con algunas limitaciones que ni le imaginábamos antes de analizarle con el prisma de Carbono 14 que da la familiaridad de la ACB.

A base de correcciones con la boca pequeña, parches y bandazos, el Real Madrid seguirá triturando entrenadores y jugadores, proyectos e ilusiones. Ahora suenan o han sonado -con fundamento o con alfileres- Pesic, Spahija, Obradovic, Vujosevic, Aíto, Pedro Martínez, Pepu, Katsikaris, Maljkovic, Moncho López, Pablo Laso, Eman Kunter, Pianigiani, David Blatt… Una lista en la que hay contratos en vigor, sueños imposibles y opciones casi kafkianas y que incluye tantos estilos y perfiles que quizá la principal premisa sea la definición transparente acerca de qué se quiere conseguir y cómo se quiere conseguir. Algunas de esas opciones pueden ser francamente buenas pero casi todas pueden ser malas. Y lo serán si se sigue aireando el descontento de las altas instancias con la situación deficitaria del club, si repiquetea la canción de los 20 millones de pérdidas cada vez que conviene y si la inversión del Barcelona sigue siendo una excusa. Un presupuesto de 28 millones de euros debería dar para más. Se han pagado salidas millonarias y fichajes antes y durante las temporadas. Para el Barcelona, y sin cambios dramáticos en el volumen de inversión, el punto de inflexión fue la llegada de Chichi Creus: el dinero importa pero no sólo el dinero importa. El Real Madrid tiene que dejar las medias tintas y tiene que jubilar al fantasma apocalíptico del cierre de la sección que sobrevuela carroñero los círculos de opinión después de cada varapalo. Tiene que planificar con sentido e invertir con criterio y realismo pero sin tacañería, tiene que ser sólido y volver a ser orgulloso. Cuanto antes.

Equilibrio: hay que saber en qué gastar y dónde ahorrar y hay que saber que determinados fichajes y determinados roles bien cubiertos son necesarios para otear éxito en España y (sobre todo) Europa. Juan Carlos Sánchez, que ha enviado mensajes contradictorios sobre su futuro, se mantiene en una situación de inestable equilibrio y podría quedarle una sola bala que bien haría en utilizar de la mejor forma posible por el bien del propio Real Madrid. La cuestión es revolucionar o remodelar y conviene invertir en la segunda opción aunque el último batacazo haga muy seductora a la primera. La cuestión es dónde y cómo meter el bisturí pero el último tramo de la temporada ha emponzoñado algunas certezas cuando de un puñado de decisiones más cualitativas que cuantitativas depende la grandeza del próximo proyecto.

Es una pena no saber si Velickovic es recuperable en el ecosistema de otro cuerpo técnico, si Begic es jugador para el Real Madrid o si Felipe Reyes se adaptará a un nuevo (y secundario) rol. La situación del serbio define lo peliagudo de la situación: lo que se puede perder con su marcha frente a lo que supondría su continuidad (sólo puede jugar como ‘4’) en el reparto de la tarta con los galones de Felipe y el futuro de Mirotic. Y esa alquimia de minutos, roles y estados de forma y confianza no es, como se ha visto en la presente temporada, un asunto ni menor ni baladí.

El bloque y los condicionantes

Hay motivos para la ilusión y a casi todos les hace campaña Mirotic, cuyo reto es normalizar lo que han sido hitos en su año de presentación en sociedad. Si lo consigue será referente en un bloque joven y brillante pero con inevitables condicionantes: Suárez tiene que ser el alero integral de principio de temporada, implicado en el juego y en el rebote y no limitado a culminar con tiros abiertos las jugadas de extra pass. Tomic, que nunca será un guerrero prodigioso, tiene que endurecer su defensa, su mente y su sentido de la responsabilidad. Llull tiene que definirse entre el base y el escolta y pulir su gestión del juego en estático y su control de las emociones para prolongar un crecimiento algo estancado por su incomodidad en ciertos ritmos de ataque y sus lagunas defensivas ante bases rápidos o escoltas con más kilos que él. Personalmente, mi gran duda en este núcleo de jugadores es Sergio Rodríguez, que seguirá por apuesta y por contrato pero que ha agotado ya el período de gracia del que dispone por las circunstancias de su desafortunado paso por la NBA. Hemos visto su talento demasiado dosificado y pocas veces en los momentos oportunos y hemos visto mucho más sus problemas en el tiro, en la concentración defensiva y en la regularización de ritmo y producción.

A partir de este núcleo hay que tomar las decisiones que implican marcar diferencias o perder oportunidades. La primera es elegir entrenador y la segunda entender que un equipo grandes necesita jugadores como Fischer pero no se puede apoyar en jugadores como Fischer, siga éste o no por cuestiones de pasaporte o decisiones del nuevo técnico. El americano ha sido lo que sabíamos que podía ser: intimidación, trabajo, un tiro relativamente apreciable desde dos o tres metros y apenas ningún movimiento de espaldas al aro. Un jugador de rol y de equipo con unas funciones que no sabemos si podría realizar un Begic al que apenas hemos catado en este nivel competitivo o un Vidal transparente y cuya continuidad parece improbable salvo en un ajuste necesario de cupos.

Más allá de quién venga a entrenar y cómo quiera que juegue el equipo, hay necesidades absolutas e innegociables: se debería fichar un base (Prigioni no debería seguir) fuerte en defensa y solvente en el juego tanto en transición como (sobre todo) en estático y en función de lo que suceda con Fischer y Begic se podría buscar otro pívot fajador, de esos tan necesarios en la alta competición y de esos que ahora no abundan en el mercado. De los que rebotean, intimidan, cambian tiros, meten músculo en las zonas y ponen bloqueos de hormigón en la cabeza de la zona. Pero lo que necesita el Real Madrid por encima de todas las cosas es juego exterior: creación, fluidez y puntos. Necesita un tirador fiable y no le vendría mal un alero completo capaz de anotar, rebotear y dar cadencia (flow) al juego del equipo. Y no puede vivir sin un escolta anotador, un jugador diferencial. Y este apartado retrata bien la indefinición del club: se sueña con Rudy Fernández, se trabaja para fichara Jaycee Carroll.

Es una cuestión de apuesta y el ejemplo hay que cogerlo con alfileres porque Rudy puede ser en un desarrollo normal de las circunstancias un objetivo imposible. Carroll es un excelente anotador, una ametralladora. Anota desde cualquier posición y crea sus tiros, ha sido el máximo anotador de la temporada (casi 20 puntos por partido) y el tercer jugador más valorado. Ha tirado mucho y de forma estratosférica: 45% en tiros de tres, 48% en tiros de dos, 91% en tiros libres. A priori no hay trampa ni duda pero no es lo mismo ser líder absoluto en Gran Canaria que entrar en el engranaje de un equipo como el Real Madrid, donde hay que anotar muchas veces con menos tiros y con sistemas más repartidos, donde te juegas la temporada en un puñado de partidos en los que te enfrentas a los mejores entrenadores y los mejores sistemas defensivos y defensores de España y de Europa, donde vas a ser realmente exigido como líder, referente y -llegado el caso- salvador. Carroll mide 1’88 y no es un gran trabajador defensivo. La apuesta por lo tanto tiene riesgo y está fresco el ejemplo de Tucker, un jugador (seguramente peor que Carroll) que no estaba listo para ocupar un rol que se le ha exigido pero por el que no se le ha pagado. Incapaz de ser diferencial incluso con más actitud en defensa y menos egoísmo en ataque de lo previsto, quedó señalado muy pronto y queda además como protagonista de la última imagen grotesca del equipo, un air ball escandaloso en un triple con la mano de Hervelle encima. Era el cuarto partido en Bilbao, con 26 segundos por jugar, 76-72 en el marcador y ninguna otra solución, tras tiempo muerto, en la pizarra de Molin.

Obligado a repetirme, también he dejado escrito en anteriores análisis que el Real Madrid está a un puñado selecto de decisiones de cristalizar en algo verdaderamente potente. Pero ya no sé si eso es estar muy cerca o extremadamente lejos. No sé si el paso definitivo es inminente o si el suelo volverá a desaparecer debajo de los pies. No sé quién va a entrenar al Real Madrid, quién va a crear puntos fuera de la zona en partidos agarrotados y de posesiones sangrantes y no sé quién va a gestionar la distribución del liderazgo, el declive físico de Felipe, las ausencias de Tomic y la alimentación técnica y cognitiva necesaria para maximizar la proyección de Llull, Suárez y Mirotic. Sólo sé que es el momento de las decisiones peliagudas y esenciales, que hay que elegir bien pero también elegir rápido y que mientras el Real Madrid busca identidad y patrón, la prensa israelí asegura que Chichi Creus le ha echado el lazo a Chuck Eidson. Y eso podrían ser, otra vez, malas noticias y malos síntomas (diferencias en estructura, visión, planificación, flexibilidad y capacidad de gasto) ya en junio y con la ACB todavía sin terminar. El momento es crítico y hay que elegir lo que se quiere ver: problemas u oportunidades.