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Ballesteros siempre estará entre nosotros

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Siempre le recordaré como le vi la última vez que le tuve cerca, en un Foro Ferrándiz de no hace tanto tiempo, pero que ahora se me representa lejano. Me admiró la devoción de su discurso a los estudiantes allí reunidos. Una emoción que describía perfectamente su amor por el golf, su deseo de compartir con otros la felicidad que ese deporte le había dado, y su llamada a aquellos muchachos al camino del deporte, al suyo o a cualquier otro. Le miraban fascinados porque en su discurso latía una verdad positiva que les acaba llegando. Fue un alegato en favor de las virtudes del deporte como pocas veces he escuchado.

Ballesteros perteneció a aquella vieja estirpe de grandes hombres que surgieron en el deporte español en tiempos mucho más difíciles que estos. No eran deportistas surgidos, como los de ahora, que me merecen tanto respeto como ellos, de la buena alimentación, los buenos entrenadores, las buenas instalaciones y el conocimiento pleno de lo que les esperaba en la carrera profesional. Eran tipos surgidos de la escasez, generalmente autodidactas, dominados por una voluntad de hierro, una devoción sin límites por su deporte y dotados también de unas condiciones naturales de excepción.

Gracias a esos hombres España superó la trilogía clásica: fútbol, boxeo y ciclismo, y abrió su interés deportivo a muchos otros campos. Como él fueron Santana, con el tenis, Nieto, con las motos, Emiliano y Ferrándiz con el baloncesto... A Ballesteros le tocó enseñarnos el golf, y fue leyenda en Inglaterra mucho antes que entre nosotros, cosa que nunca dejó de reprocharnos. Pero con el tiempo vio cumplido su sueño: el golf ya es un deporte conocido y querido en España, como él quería. Por eso, siempre va a estar entre nosotros. Porque desde él cualquier referencia al golf nos evocará infaliblemente su grata memoria.