¿Quién es el malo de la película?


Voy a intentar hacer algo imposible: escribir un artículo de opinión intentando ser objetivo y ecuánime. Mi fracaso está anunciado, igual que lo estaba en las negociaciones entre propietarios y jugadores, pero tal vez os aporte algunos datos que os ayuden a haceros vuestra propia composición de lugar.

Una vez más, solicito vuestra ayuda para puntualizar lo que os parezca incorrecto en mi explicación. No me gustaría que esto derivara en un debate sobre ideologías socioeconómicas. Los empresarios no son culpables de nada por su condición, ni los empleados por la suya. Como mucho, acepto que los políticos sí que son culpables de casi todo por su propia condición y esencia, solo por existir, independientemente de los colores que afirmen defender. Pero en este debate no hay políticos, gracias a Dios.

Lo que nadie puede negar es que los que se presentaron en la frontera, levantaron la barrera y atacaron territorio enemigo fueron los propietarios de los clubes. El origen del problema se remonta hasta 1987, año del anterior paro en la NFL. Entonces, Paul Tagliabue, principal asesor del comisionado Pete Rozelle, y Gene Upshaw, presidente de la NFLPA, consiguieron una paz que se mantuvo vigente mientras ambos fueron los responsables de los designios de las dos partes (Tagliabue fue elegido comisionado en 1989). Ellos mismos cerraron casi dos décadas de paz y prosperidad extendiendo dos años más, en 2006, el convenio colectivo vigente, que es el mismo que pasó a la historia el viernes pasado. Fue el legado de dos titanes que han dejado en evidencia a Roger Goodell y a DeMarice Smith. El comisionado se retiró y Upshaw falleció en 2008 de un cáncer de páncreas.

Ambos fueron los padres de la NFL como la conocemos, con toda su estructura, su calendario, sus virtudes y sus defectos. Pero los propietarios siempre echaron en cara a Tagliabue que sus posiciones estaban demasiado próximas a los jugadores y no siempre defendían a los dueños. El comisionado no se inmutaba por esas críticas. Creía firmemente que su misión era preservar la NFL por encima de las ambiciones desmedidas de unos y otros. Él se veía como una especie de ‘Pepito Grillo’ y nunca le importó enfrentarse a unos propietarios que contra él estaban maniatados. El prestigio de Tagliabue, ganado tras muchos años de aciertos en su gestión, le convertían en intocable.

Roger Goodell fue la mano derecha de Tagliabue durante muchos años. Casi todo el mundo pensaba, y me incluyo, que su labor marcaría una etapa de continuidad, pero los propietarios, liberados del freno a sus ambiciones que suponía Tagliabue, decidieron en 2008 que el convenio colectivo no se prorrogaría. No voy a entrar ahora en la legitimidad de esas ambiciones. Simplemente constato que en la primera renovación tras la retirada del anterior comisionado dieron un golpe de timón. Goodell no hizo nada para evitarlo, por el contrario, se convirtió en un mero portavoz y siempre dio cancha a los criterios de los propietarios sin ejercer esa labor de filtro y suavizado que había ejercido tan bien su predecesor.


Los argumentos de los dueños no dejan de ser legítimos. Ellos piensan que un porcentaje del 40% de los ingresos es una parte demasiado pequeña del pastel, teniendo en cuenta que ese dinero no va directamente a su bolsillo, sino que con él tienen que mantener las operaciones activas y reinvertir. La crisis económica fue la justificación, pero en realidad llevaban años recomiéndose de disgusto y sin atreverse a desacreditar a Tagliabue.

Por otro lado, los jugadores también llegaron a 2008, fecha de la abortada renovación, con bastantes ganas de pelea. En 2005 se abrió un profundo debate en el deporte estadounidense por el uso extendido de sustancias prohibidas. Tagliabue y Upshaw tuvieron que responder en el Capitolio de Washington, ante una comisión gubernamental, sobre el consumo de sustancias dopantes en la NFL. A la vez, comenzaron a aparecer informes que demostraban que un alto porcentaje de exjugadores de la NFL arrastraban secuelas médicas graves debidas a la práctica deportiva. Ese fue el argumento de la NFLPA para repeler a primera ofensiva de los propietarios e incluso exigir que el porcentaje del 60% sobre los ingresos fuera ampliado. Como veis, una postura no demasiado conciliadora.

Las posiciones comenzaron lejanísimas, y las dos partes se hicieron fuertes en sus trincheras, negándose a ceder, mientras comenzaban a notarse los primeros efectos de la no renovación del convenio. Si recordáis bien, en 2010 ya no hubo límite salarial. Los equipos pudieron gastar con total libertad, aunque casi todo el mundo fue más que prudente. La NFL estaba en guerra y nadie quiso sacar ventaja de un vacío legal que solo era provisional y que podía volverse en contra de quien se lanzara a fichar.

Yo creo que la postura intransigente de los jugadores fue una fachada defensiva ante las exigencias iniciales de los propietarios. Por otro lado, también creo que los dueños tenían muy claro cual era el porcentaje de ingresos del que no estaban dispuestos a descender y que, en los últimos dos años, se han limitado a intentar alcanzarlo dando todas las vueltas que fueran necesarias. En un principio exigiendo esa cantidad, y punto; después, adornándola con una ampliación en el número de jornadas que ha terminado por ser un problema más; por último, extrayendo un porcentaje de los beneficios totales que debería serles asignado directamente. Insisto en que no se si esa cantidad de la que no quieren bajarse, bajo ningún concepto, es realmente una necesidad para hacer viable la NFL o un capricho.


Durante dos años las negociaciones estuvieron atascadas. El debate se centraba en cuestiones menores porque nadie quería asumir la verdad: en el tema clave, el del reparto del dinero, no se había avanzado ni un milímetro desde el primer día.

Sigo convencido de que sin la sentencia del juez David Doty, que dejó a los propietarios sin las 4.000 millones de dólares con los que hubieran subsistido durante el cierre patronal, estaríamos en la misma situación que ahora mismo pero con una probabilidad muy remota de que se pudiera celebrar la temporada 2011. La falta de liquidez precipitó los acontecimientos y equilibró las fuerzas.

Pero, a partir de esa sentencia, todo comenzó a ser mucho más farragoso.

Aparentemente, los jugadores estarían encantados de quedarse como estaban, que es como han estado durante casi 20 años, aunque cediendo en algunas cuestiones menores, resolviendo el asunto de los desorbitados contratos para novatos y sacando algunos beneficios médicos. Aparentemente no parece nada exagerado, aunque quizá la trampa esté en esa letra pequeña que desconocemos.

En el lado de los propietarios se han visto algunas fracturas en los últimos días de negociación. Me llamó la atención una declaración de Robert Kraft, que acusaba directamente a los propios abogados de la NFL como culpables de que no se hubiera firmado un nuevo convenio. Incluso algunos propietarios con peso y prestigio, como Pat Bowlen, de los Denver Broncos, decían no entender por qué había tantos problemas para dar a los jugadores la auditoría que querían. Él afirmaba que, si daban los números de los últimos diez años, la NFLPA entendería el por qué de las exigencias económicas de los propietarios. Según él los números se estaban resintiendo bastante por la crisis, como ya se veía con los de los Packers, que son públicos.

Pat Bowlen no fue el único que se sorprendió por la negativa, algunos otros propietarios hicieron declaraciones en ese sentido. Me da la impresión de que en el grupo de los dueños hay bastantes fracturas y comienza a crecer la desconfianza. A mí, personalmente, también me sorprende bastante un rechazo tan radical a mostrar las cuentas de los últimos diez años y comienzo a sospechar que algunos propietarios quedarían en muy mal lugar, o incluso podrían tener que explicar muchas cosas, si se abrieran sus libros. Es solo una sospecha, pero las declaraciones de los últimos días me hacen pensar eso.


En las últimas horas de negociación sucedió algo inexplicable. He leído varias versiones de ambas partes y todo parece incoherente. Según los propietarios, presentaron una última oferta irrechazable, que parecía la solicitud de un armisticio honroso. Cedían en casi todos los puntos. La cantidad fija que ingresarían los dueños sería casi testimonial (comparada con las cifras que se estaban manejando), se olvidaba el asunto de los 18 partidos hasta que los jugadores decidieran desbloquearlo, los seguros médicos mejorarían significativamente… Aparentemente era una oferta magnífica para los jugadores que dejaba las cosas casi como estaban hace dos años y pelitos a la mar.

La versión de los jugadores es que la oferta llegó muy tarde y que, aunque intentaron reunirse con los propietarios para hablar sobre ella, no encontraron interlocutores válidos. Según la NFLPA esa oferta fue un mero maquillaje para poder justificar ante la opinión pública todo lo sucedido y convertir a los jugadores en los culpables de la falta de acuerdo.

¿A quién creer?

Más tarde, Roger Goodell volvía a enviar una nota a los aficionados que era aún más cochambrosa que la remitida durante la temporada. Decir a estas alturas algo así como que los propietarios son los buenos y los jugadores unos tipos malos que están en contra de los aficionados, es un insulto a la inteligencia de casi todos.

Y además, me parece una tontería intentar que los aficionados tomen partido. Al final, la actitud del seguidor no es tan activa como nos quieren hacer creer. Cuando vuelva la temporada, quizá abucheen a jugadores o propietarios durante los primeros partidos, pero si la competición sigue teniendo el mismo nivel, el juego es espectacular, y la NFL sigue siendo lo que era, el rencor se olvidará enseguida porque, como ya os he contado alguna vez, el amor de un aficionado por sus colores es uno de los más puros que existen en el mundo. Todo se perdona.

Lo malo es que después de todo este chorizo, sigo sin saber si las aspiraciones de los propietarios eran legítimas. Quizá, si hubieran hecho públicas sus cuentas, hubiéramos descubierto que tenían razón y que necesitan urgentemente aumentar sus ingresos para que la competición no se resienta. Lamentablemente, eso ya será imposible de saber salvo que un juez les obligue a hacerlo.

En esta guerra todos parecen haber olvidado el sabio refrán: más vale pájaro en mano que pollo en fotografía.

Pues eso.

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