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El Madrid jugó como el Barcelona

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Sin Cristiano fue, en efecto, otro Madrid, pero no peor. En la primera parte fue mejor, incluso bastante mejor. Apareció un fútbol combinativo, de posesión, hermoso y nuevo. Con más participación de todos, fútbol variado que alternaba pase corto y largo y frecuentes llegadas. Al descanso el Madrid llevaba diecisiete remates, dos de ellos goles y otros dos estrellados en los postes. Todo en torno a la deslumbrante figura de Özil, cuya elegancia corre pareja a su efectividad. Fue muy distinto de ese Madrid que solemos ver, compulsivo, cuyo ritmo viene marcado por los arrebatos de Cristiano.

Claro que de esto no debe entenderse que haya que poner en duda a Cristiano. Sus goles compensan esa singularidad suya. Quizá sí fuera bueno conseguir que cambiara su juego, meter sus cualidades en un fútbol más colectivo, que no le fatigara ni exigiera a él tanto y que permitiera sacar más provecho a las condiciones de otros. Pero supongo que es imposible. Cristiano es un genio y es como es y siendo así ha ganado Balón de Oro y FIFA Player (cuando iban por separado), ha sido valorado en 96 millones y en lo que va de temporada lleva marcados 37 goles. ¿Cómo proponerle que cambie?

Pero queda en la retina esa primera parte en la que el Madrid jugó como el Barça, con ese mismo aire de dominio pleno de la situación gracias a la técnica individual y al apoyo colectivo. Luego, el Racing creció a fuerza de dignidad, equilibró las cosas y hasta llegó a poner en cuestión el resultado. Y otra impresión me dejó el partido: Benzema se viene arriba. Así como las buenas impresiones de principio de Adebayor se enfrían algo, Benzema va despertando poco a poco al superclase que lleva dentro y confirma que puede convertirse en una cosa muy seria. Lo que ya es Özil, dicho sea de paso.